Mire, aunque hoy es 31, y el encierro nos consume a plazos cómodos, trate de mantener una actitud positiva y deseos de echar pa’lante; esto del Covid también pasará y, como dice la canción…, la vida va a mejorar. Le cuento , pues, del sufijo diminutivo -illo, illa, que se las trae.
Este sufijillo se remonta al latino -ellus e -illus. Los descendientes de -ellus, nos dice Phaeris, asumieron diversas formas, como –ello, -iello e –illo. De estos tres, el primero ya no se escucha con frecuencia; el segundo -iello, se conserva en el aragonés y el asturiano de hoy como bichiello, gargantiella, martiello, astiella, castiello, y por ahí siguen.
El sufijo –illo, en cambio, fue el diminutivo por excelencia hasta que vino –ito y lo destronó. El pobre –illo tuvo un periodo de decadencia en español donde ocurrieron tres cosas: su uso mermó, muchas palabras terminadas en –illo derivaron en –ito, y otras se lexicalizaron (como bolsillo, castillo, peinilla, perilla y la MASCARILLA). ¿Gatillo? Pues ese es el que halan los malechores para disparar, y de entrada le digo que es posible que no esté emparentada con el diminutivo –illo, como lo es el caso de mejilla. En fin, que para terminar el año le cuento un cuento: Unos gatilleros entraron a robar un banco.
El líder, fuertemente armado, llevaba un lindo minino en la mano, y a viva voz gritó:
–¡Manos arriba o aprieto el gatillo!
–No por favor, por lo que más quiera, ¡al gatillo no!
Mire, no hale el gatillo ni apriete al gatillo. ¡Adiós 2020! ¡Por fin!