La incertidumbre, el rezago y el impacto emocional que ha dejado la pandemia en los niños, son algunas de las principales preocupaciones de diferentes madres boricuas que a más de un año del cierre del país por el COVID-19, relatan sus experiencias y cómo se ha transformado la crianza en tiempos de distanciamiento físico. Madres que trabajan desde casa, que deben ir a sus espacios de trabajo, que tuvieron que poner en pausa sus proyectos y que se dedican al cuidado de sus hijos; todas coinciden en que estamos ante una generación de niños que tendrán que “reaprender” habilidades sociales de cara a una “normalización”.
Rosedelis Franco
Residente de Ponce y madre de cuatro niños, Franco se ha enfrentado a la educación virtual junto a tres de sus hijos desde los terremotos de enero del 2020. Desde entonces, tuvo que poner pausa a su emprendimiento, un negocio de artículos personalizados para atender las necesidades de sus hijos que surgieron con la pandemia. Aseguró que cuando llegue el momento de regresar a la escuela presencial, confía en que ha enseñado a sus hijos a ser diligentes con las medidas para evitar contagiarse del virus.
“El reto más grande en la crianza de mis hijos es que estén creciendo emocionalmente saludables (…) el tener que educarlos en casa no ha sido fácil pero tampoco imposible. El estar encerrados en casa es bastante complejo”.
Krystal Laracuente
Periodista, abogada y madre de un niño de seis años y una niña de siete, la naturaleza de su trabajo requiere que esté presente en la oficina, lo que ha representado -según dijo-un reto significativo. “Usualmente uno delega la educación en las escuelas y da el seguimiento en el hogar, pero ahora las cosas cambian por completo, porque es mamá quien se convierte en la nueva maestra (…) mis nenes están en una etapa en la que me preguntan constantemente cuando vamos a volver a la normalidad”. Laracuente, explicó que desde su perspectiva, “es momento de que el gobierno se enfoque realmente en las áreas donde se están dando los contagios” y no poner “lo económico por encima de la educación”.
Liam Rodríguez
Periodista y madre de gemelas de cuatro años en etapa pre-escolar, Rodríguez aseguró que la pandemia le ha enseñado a ser empática y resiliente durante la crianza, y le mostró que si se es responsable como comunidad, los niños podrían regresar a espacios sociales de la misma forma en que se tienen abiertos espacios como tiendas y supermercados.
“Mis hijas me preguntan si ya van para la escuela grande. Yo tengo un miedo horrible de tener que decirle: ’mami te toca frente a una computadora’, porque ellas no entienden. Si ahora ellas tuvieran que exponerse a eso me dolería mucho”.
María Schonhofer
Madre de dos niños pequeños, Schonhofer hace parte del Movimiento “Abran Las Escuelas” que aboga por la apertura de los centros estudiantiles en la Isla. Según dijo, este grupo nació a raíz de una “molestia al ver que todos los otros sectores estaban abriendo y a la educación no se le estaba dando prioridad”. Maestra de profesión, Schonhofer aseguró que el regreso a clases debe ser “sostenible”.
“Aquí nadie está diciendo que todos tenemos que ir obligatoriamente, que sea voluntario para las personas que crean en las medidas de mitigación de sus escuelas (…) esta generación de niños pequeños lleva más de un año de su vida escuchando: no sobes, no toques, no te acerques. Es una generación que va a tener que reaprender a socializar cuando regresen a la escuela presencial”.
Grace Marie Vélez
Dueña de su propio negocio y madre de una niña de tres años, Vélez aseguró que ha sido un reto mantener su emprendimiento desde casa mientras es mamá a tiempo completo. Para enfrentar esta nueva realidad, integró a la menor a varios de sus deberes diarios. Además, su hija se apresta a tener su primera experiencia escolar el próximo agosto, la que aseguró desea que sea presencial -y con las medidas adecuadas contra el COVID- para exponerla a otras figuras que impartan la enseñanza y socializar con otros niños. Vélez agradeció que figuras como su madre y su abuela la han apoyado en la crianza de su hija.
“Hemos tratado de canalizar las emociones, y yo tener mi tiempo de autocuidado, de poder comprender los cambios en su conducta (…) ella dejó de tener tanta actividad física y eso tiene un impacto emocional (…) Ciertamente ha sido retante pero nos ha llevado a desarrollar virtudes que tal vez no teníamos cómo paciencia y entendimiento”.