Son muchas las cosas que decimos que no significan “nada”, o cargan un significado mínimo; se trata de esos actos de habla que cumplen una función social, y que los lingüistas llamamos la función fática del lenguaje. Esta función tiene que ver con enlaces coloquiales, estimulantes conversacionales y otras estrategias que los hablantes usan para mantener los canales de comunicación abiertos. Por ejemplo, cuando usted se tropieza con un amigo y le pregunta -¿Cómo estás?-, ambos saben que la intención no es enterarse de los pormenores de la vida de nadie, sino abrir un canal de comunicación, y ser cortés.
La función fática del lenguaje cumple un rol importantísimo en nuestras relaciones sociales. Gracias a ella podemos llamar la atención, verificar si la conexión con nuestro interlocutor sigue abierta, o mostrar nuestro deseo de interactuar con otros. En un ascensor, por ejemplo, se manifiesta claramente la función fática del lenguaje cuando alguien, cansado de mirar al piso o al techo, no aguanta más la presión del silencio y abre un canal de comunicación. Entonces, todos respiramos profundo y pensamos “gracias Dios mío que alguien dijo algo”. Ese algo seguramente fue irrelevante, pero logró hacernos sentir mejor, más seguros e incluso más unidos, aún cuando se trataba de un grupo de extraños apiñados en un ascensor.
Piénselo, y notará que la gran mayoría de nuestros actos de habla no tienen mayor consecuencia. Pero no se desanime, pues no hay que hablar de asuntos importantes todo el tiempo para vivir contentos; después de todo, ese conjunto de cosas “sencillas e insignificantes” es lo que hace la vida significativa. La función fática del lenguaje contribuye a que seamos felices, reconociendo la existencia del otro, y la nuestra, aún cuando no tengamos nada “importante” que decir.