En las calles boricuas, más que perros moviendo la cola, predominan los gatos que toman el sol encima de los bonetes de los carros estacionados al borde de la acera.
Tan solo en el Viejo San Juan hay alrededor de 250 mininos realengos, según estimaciones de las protectoras de animales. Deambulan por las vías empedradas y se han convertido en un atractivo turístico y en aliados para mantener controladas las plagas de ratas y ratones.
“El problema principal es la sobrepoblación de gatos realengos. Hace muchos años se trajeron para controlar las plagas y esto se ha logrado. En todo Puerto Rico hay gatos, pero se ven más en el Viejo San Juan, porque aquí están siendo cuidados y en otras regiones no sobreviven debido a que los envenenan”, explicó Yoliann Cabeza, de la organización Save a Gato.
Dicha agrupación se encarga de alimentar, esterilizar y vacunar a los gatos del Viejo San Juan, como a Cheese Cake, un gato blanco de ojos turquesa, que se deja mimar por los turistas. Además, promueve la adopción de los felinos entre los boricuas y los extranjeros; procesos que aumentaron 150 % en el último año, “antes adoptaban uno o dos gatos al mes y ahora son cuatro o más”, agregó durante una entrevista con Metro.
Mientras las protectoras velan por los animales callejeros, la presidenta del Colegio de Médicos Veterinarios de Puerto Rico, Jessenya Fernández, planteó que estos pueden representar un problema de salud pública, pues gatos y perros son transmisores de la rabia, una enfermedad mortal de no ser atendida a tiempo.
Sobre al tema, Úrsula Aragunde, presidenta de Puerto Rico Alliance for Companion Animals, Inc., opinó que la solución es esterilizar a los animales, vacunarlos y concientizar a la población sobre la tenencia responsable de las mascotas, “pero no eutanizarlos; esto no resuelve el problema”. Los gatos del Viejo San Juan corrieron con suerte, porque gozan más de la tolerancia que del rechazo.