Analizar la derrota y la desgracia de un político podría ser fácil. No quiero pecar de caer en el dicho popular que dice que del árbol caído todo el mundo hace leña. Pero es meritorio evaluar cómo Alejandro García Padilla llegó a este punto, y cuáles fueron los elementos positivos que no supo aprovechar para buscar tener otro desenlace que no fuera el que anunció esta semana.
Si de algo García Padilla goza y que sería la envidia de cualquier político es de un sentir casi generalizado de que no es responsable de la gravedad de la crisis actual. Ese es el escenario perfecto para cualquier gobernante. Sin embargo, a ello no le sacó capital para adelantar su agenda a favor del país y posicionarse como una figura viable para los próximos comicios.
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García Padilla ha tenido, además, en sus primeros tres años de administración, grandes aciertos en varios renglones del Gobierno. Por ejemplo, le dio un impulso a la agricultura, logró avances en el turismo, pudo establecer acuerdos comerciales para que multinacionales se establecieran aquí y comenzó a verse una reducción en el crimen. En todos esos campos gozó con funcionarios eficientes para adelantar su agenda.
Sin embargo, el principal fallo del gobernador, a mi juicio, fue no haberse rodeado de un equipo de trabajo, en su entorno más cercano, a la altura del cargo y de los tiempos que le guiara adecuadamente en el desarrollo de una agenda eficaz y coherente. Ingrid Vila representaba ese equipo de trabajo ideal, pero los elementos oscuros de la política pudieron más y la derrotaron. Víctor Suárez también representaba ese profesionalismo, pero llegó tarde y no fue lo suficientemente visible como para dar la impresión pública de que las cosas estaban caminando.
El círculo íntimo de Alejandro García Padilla en La Fortaleza lució siempre perdido, sin experiencia y sin poder arrancar tras el triunfo electoral. Parecían andar en un viaje farandulero como si manejaran a una estrella de cine y no a un gobernante. Quizás su nobleza coameña le impidió hacer los ajustes necesarios a tiempo.
Otro gran desacierto fue la lentitud en ejecutar el programa de gobierno que se propuso en la campaña. García Padilla llegó a La Fortaleza en enero de 2013 y no presentó de inmediato la legislación que permitiera adelantar su filosofía de gobierno en cuanto a uno de los temas más escabrosos, la situación fiscal. Los primeros dos años del cuatrienio se fueron en estudios y no fue hasta el tercer año que se presentaron unas reformas fiscales y contributivas, que, de hecho, no se han ejecutado aún.
En nuestra historia reciente y con las circunstancias en las que un político tiene que gobernar, ha quedado demostrado que el primer trimestre del cuatrienio (los famosos primeros 100 días) es crucial para encaminar la agenda de trabajo importante. Después de eso, el trabajo se concentra en “apagar los fuegos” que surgen como consecuencia de ello. En eso falló García Padilla. No presentó un plan contundente cuando comenzó en La Fortaleza.
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Ahora le tocará ser un gobernador saliente, con todo lo que eso implica. Atender una crisis fiscal, sentarse con los acreedores y convencerlos de aceptar un plan, aun cuando ya es un hecho de que en enero de 2017 jurará otra persona como gobernador. Peor aún, luego de que el Congreso le rechazara todo lo que pidió.
Le tocará lidiar con una Asamblea Legislativa que de seguro redigiría una lealtad política que nunca fue sólida hacia él. Tendrá además que enfrentar, probablemente durante el mes de mayo, los señalamientos de corrupción contra asociados suyos —de los que nunca supo apartarse— en el juicio que se llevará a cabo en el caso de Anaudi Hernández.
¿Cuál es el reto de David Bernier ahora? No cometer los mismos errores, presentarse con un equipo de trabajo que envíe un mensaje de capacidad y confiabilidad para enfrentar los retos, hablar claro de su “complicidad” en el criticado trabajo de su exjefe y presentar una campaña con contenido, dejando atrás la ambivalencia que le permitían los cargos que ocupó. De esa forma podría ser viable.
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