VIEQUES, Puerto Rico – Comienza otro fin de semana largo y montones de turistas llegan en ferry o en avionetas a Vieques, la pequeña isla famosa por sus aguas azules, sus manglares y sus pintorescos caballos que se pasean libremente por las playas.
En un terreno a escasa distancia del hotel W Retreat & Spa, donde se paga 500 dólares la noche, un hombre, pistola en mano, está al acecho de un grupo de caballos blancos y marrones. Abre fuego y una yegua tira una patada al aire y sale corriendo. Richard LeDez, director de seguridad de la Humane Society de Estados Unidos, recoge un dardo anticonceptivo que se le cayó al animal de las ancas y afirma: “¡Todo está bien!”. Levanta su pulgar señalando hacia un grupo de especialistas que libra una inusual batalla por controlar una atracción turística que ha pasado a ser una plaga en esta isla donde funcionó en el pasado una base militar estadounidense para prácticas de bombardeos. Traídos por los colonizadores españoles, los caballos son usados por los residentes para todo tipo de tareas, como llevar a los niños a la escuela, transportar a los pescadores a sus botes, carreras informales entre adolescentes y llevar a sus casas a quienes han tomado un trago de más por la noche. A los turistas les encanta tomar fotos de los caballos comiendo mangos o divirtiéndose en la playa. Muchos lugareños tienen a sus caballos en terrenos sin cercos cerca del mar, donde pastan a la espera de que se los necesite para algo. Mantener a los animales en establos y alimentarlos es algo que está fuera del alcance de la mayoría en una isla donde el ingreso promedio es de menos de 20.000 dólares anuales. Algunos animales están marcados y es fácil identificarlos, pero muchos no y se pasean libremente por la isla. Las autoridades dicen que, como consecuencia de ello, es casi imposible controlar la población equina y responsabilizar a los dueños de los animales cuando hay problemas. Se calcula que hay hoy unos 2.000 caballos que rompen cañerías de agua para saciar su sed, derriban tachos de basura en busca de comida y mueren atropellados por automóviles, de los que hay cada vez más al aumentar el turismo tras el cierre de la base militar estadounidense a comienzos de los años 2000. “Cada vez hay más caballos”, dijo el alcalde de Vieques Víctor Emeric. “No es un problema tan fácil de resolver”. Desesperado, Emeric se puso en contacto con la Humane Society, que acordó lanzar un programa de cinco años en el que envía equipos a Vieques armados con rifles y pistolas de aire comprimido, y cientos de dardos cargados con el contraceptivo animal PZP. El programa comenzó a funcionar en noviembre y cobró fuerza con la ayuda de una docena de voluntarios durante el fin de semana pasado, que incluyó el lunes el feriado de Martin Luther King. Una 160 yeguas han sido inyectadas, y funcionarios de Humane Society dicen que esperan inyectar a virtualmente todas las yeguas de la isla con contraceptivos para fin de año. El programa cuesta unos 200.000 dólares al año y es financiado mediante donaciones. Stephanie Boyles Griffin, director senior de los programas de control de la fertilidad de los animales salvajes de la Humane Society, dice que los animales serán más saludables y vivirán más tiempo. Destaca que los caballos de Vieques viven entre siete y diez años, mientras que el promedio normal es de 15 a 20. Una reciente mañana, miembros de un equipo de Humane Society usaban binoculares para detectar una yegua a la que le correspondía una nueva vacunación. “Cuesta saber quién es quién”, comentó la jefa del equipo Kali Pereira mientras revisaba una carpeta con información de los caballos que ya habían sido inyectados una vez. La logística de estas operaciones no es sencilla. Expertos en vida silvestre tienen que identificar cientos de yeguas, a veces observando la dirección en que caen sus crines, registrar sus coordenadas de GPS, fotografiarlas, asignarles un número y darles su primera vacuna. Semanas después tienen que encontrarlas de nuevo para darle la segunda de una vacuna que reciben anualmente. Pereira apuntó y disparó. El dardo dio en las ancas de un animal que levantó sus patas traseras y salió corriendo. El equipo de Humane Society se fue detrás de ella, hasta que la perdió de vista. Sus integrantes suspiraron. Todavía tenían que vacunar a varias yeguas más de ese grupo. Muchos lugareños ven con buenos ojos el programa y llevaron a decenas de sus caballos a eventos auspiciados por la Humane Society para que les diesen las inyecciones. Entre ellos estuvo Jesús Miranda, de 19 años, quien dijo que su familia tiene entre seis y ocho caballos que él monta varias veces a la semana. “Es de sangre, ¿me entiende?”, expresó el muchacho, quien al igual que muchos otros jinetes sabe de memora la fecha de nacimiento de sus caballos. Miranda llevó dos caballos a esa actividad, Wifi y Burro Fly, que estaban junto a otros animales, incluido uno llamado Gringo, de ojos azules. Juan Feliciano, un pescador que dice tener 23 caballos pero conserva solo nueve en su casa, ayudaba en las actividades. “Aquí la mayoría de la gente se ha criado en un caballo”, expresó. “A mí no me enseñaron a montar a caballo. Me enseñaron a montar bestias. Me tiraron encima y me dijeron, ‘Aprenda”’. Emeric, el alcalde de Vieques, dice que cree que el programa de vacunas ayudará a que los caballos se mantengan saludables y atraerá más turistas. Eso le agradó a Juan Ángel Santos, un obrero de la construcción de 54 años que dice que no concibe a Vieques sin caballos. “Yo prefiero andar a caballo porque nunca aprendí a guiar”, señaló. “Mejor a caballo”.