Carga un cigarrillo en la mano, tras de sí su casa está destruida. María Rivera Sárraga es residente del barrio Villa Alegría en Aguadilla, una de las comunidades afectadas en la ciudad por el paso del huracán María.
Vivió largas horas de desesperación, contó. Pensó que su casa era segura para enfrentar el fenómeno atmosférico, pero el colapso de un cristal sobre su puerta hizo que los fuertes vientos entraran a la residencia.
Es una persona “de edad”, dijo. Padece de diabetes y alta presión. Pero pasó, pasó al fin la noche más larga de su vida.
“Yo me metí en el cuarto. Por mí que tumbara y se llevara todo lo que quería llevarse. Estuve desde por la mañana hasta que se la llevó completa [la casa]”, afirmó.
Dice que María le llevó la cortina, el acrílico, los muebles y hasta el televisor. Tiene ganas de salir corriendo y olvidarse del lugar. “Ni la voy a limpiar”, sentenció en referencia a su casa.
Después de vivir toda su vida en la isla, reconoce que el huracán del pasado miércoles, que golpeó al país siendo categoría cinco, no es comparable con nada que haya experimentado.
“Eso fue terrible, yo nunca en mi vida había sentido una corriente como esa”, sostuvo mientras quedó mirando al horizonte, todavía con el cigarrillo en la mano.
Se quedaron sin sustento
Por otra parte, tras el paso del huracán María, Irma Rodríguez Rosa perdió el modo de sustentarse día tras día. Sin expresar emociones, mostró a Metro cómo quedó su tiendita de dulces y frituras ubicada frente a una escuela, también en Villa Alegría.
“Se llevó los platos, los vasos, la caja registradora voló. Esto era más fuerte que Georges y Hugo”, comentó.
Por suerte ella estuvo resguardada en casa de su madre, en una estructura de concreto. Aún así, el huracán hizo que dos cisternas “volaran”. Ahora, luego de la tragedia, solo queda “volver a empezar, no se puede hacer más nada, esperar en Dios”.
Víctor Nelson Santiago, de 68 años, estuvo dentro de su casa de madera mientras el huracán se la llevaba.
“Voló el balcón, se llevó el techo”, contó el hombre, residente del sector el Fuerte en Aguadilla.
Cuando el viento dio a su residencia, el hombre sostuvo la puerta con un pedazo de madera para que no entrara. Sin embargo, esto no fue suficiente, pues las ráfagas arrancaron el techado.
“No tengo nada más, solo esto que tengo puesto”, soltó algo desorientado.
Por suerte, Santiago pudo abandonar el lugar en el momento de calma del fenómeno climatológico. Corrió hasta la Marina de Aguadilla y allí fue encontrado por policías que lo llevaron al Estadio Luis A. Canena Márquez, centro de operaciones del personal de Manejo de Emergencias.
“¿Qué es eso de FEMA, eso es para ayudarlo a uno?”, preguntó Santiago a Metro minutos después, haciendo referencia a la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias, que ofrece dinero a quienes pierden sus pertenencias por desastres como este.
“Voy a estar pendiente”, dijo cuando supo lo que es.
Antonio Albino, por su parte, relató cómo un árbol cayó y destrozó la verja de su casa. Los establos de los caballos también volaron. De los gallos del vecino -más de cincuenta y valorados en unos $3,000-, no quedó ni una pluma.
“Ninguno se compara, ninguno [refiriéndose a otros huracanes]… Hay que volver a comenzar”, concluyó.