Es curioso cómo a veces el tiempo cambia las cosas sin que las cosas en sí cambien.
A mediados del siglo XVI, un fraile franciscano francés escribió un libro para contarles a sus contemporáneos cómo era ese "nuevo mundo recién descubierto": América.
Hoy, ese relato y sus llamativos grabados nos dejan entrever cómo era el mundo de esos "descubridores".
El fraile se llamaba André Thevet (1502-1590) y se embarcó como capellán en la expedición de Nicolás Durand de Villegagnon para establecer una colonia francesa en América del Sur.
En una esquina desocupada
La colonia se iba a llamar Francia Antártica, pero su ubicación estaba lejos de ese polo.
La fundarían cerca de lo que hoy en día es Rio de Janeiro (Brasil), a pesar de que 5 años antes de la expedición, Pedro Álvares Cabral había llegado a la región y la había reclamado para la Corona portuguesa.
La realidad en el terreno era que, aparte del área cercana al actual Porto Seguro Bahía -adonde había llegado la flota de Álvares Cabral- lo demás seguía inexplorado.
Y los franceses estaban muy interesados en poner sus pies y tomar posesión de parte de esa tierra de donde venían tantas riquezas, particularmente el exquisito palo de brasil, cuya casi indestructible madera rojiza daba una tintura roja que se usaba para teñir lujosos textiles en Europa y era tremendamente valiosa.
La expedición de Villegagnon, con 600 marineros, colonos y el fraile Thevet, desembarcó en noviembre de 1555 para cumplir su cometido.
Francia Antártica fue una realidad durante apenas 12 años.
Thevet, por su parte, aguantó menos tiempo en el trópico.
Lo que pudo haber visto
En enero de 1556, el fraile se enfermó y partió rumbo a Francia.
De vuelta a casa, y consciente de la gran curiosidad que generaba todo lo que tuviera que ver con ese Nuevo Mundo, Thevet se dispuso a escribir un libro sobre todo lo que vio y hasta lo que no vio, obstáculo que superó basándose en las historias que le contaron los marineros.
Les singularitez de la France Antarctique, autrement nommée Amerique… o "Las singularidades de la Francia Antártica, también conocida como América, y de varias tierras e islas descubiertas en nuestro tiempo" fue publicado en 1557.
Fue un gran éxito.
Acompañado de grabados atribuidos al artista Jean Cousin, el texto describía detalladamente por primera vez plantas y animales nativos, así como a los indígenas tupinambá, aliados de los franceses.
Todo depende del color…
Dada la época, y la mente obtusa de quien empuñaba la pluma, no sorprende el marcado contraste entre la descripción de la tierra a la que llegó -paradisíaca- y los seres humanos que encontró.
A estos los describe como "desnudos y emplumados salvajes", con "perniciosas religiones, magia y brujería".
Escribió también de las guerras sin fin de esos "increíblemente vengativos salvajes" que practicaban la "barbarie del canibalismo".
Tan desagradable fue su descripción que otro autor llamado Jean de Léry, quien vivió un tiempo con los indígenas, escribió un libro llamado Histoire d’un voyage fait en la terre du Brésil para corregir "las mentiras y los errores" de Thevet.
Para qué palabras
Pero es cuando Thevet describe el mundo natural que su relato se torna más atractivo.
Particularmente porque esas descripciones son interpretadas en ilustraciones que te invitan a adivinar de qué está hablando.
Y más curioso aún es que de todos los animales que describió, no fue el pez martillo…
… ni el tucán con su colorido pico el que más atrajo la atención de sus lectores.
Ni siquiera fue una bestia con cabeza diabólica y cuerpo parecido al de un león a la que llama el Succarath (abajo, izquierda)…
El animal sudamericano que absolutamente fascinó a los europeos del siglo XVI y el XVII fue el perico ligero.
¿No lo conoces?
A ver si te ayuda la descripción de Thevet.
Dijo que era "del tamaño de un mono africano muy grande" y tenía "tres garras, cuatro dedos de largo … con los cuales trepa a los árboles donde se queda más que en el suelo".
"Su cola tiene tres dedos de largo, tiene muy poco pelo".
Se parece a "un osito" cuya cabeza es "casi como la de un bebé".
¿O quizás necesitas la ilustración para saber de qué estaba hablando?
Era la primera imagen del intrigante animal que aparecía en Europa, aunque ya había sido descrito, notablemente, por el escritor español Gonzalo Fernández de Oviedo.
En su "Historia general y natural de las Indias", de 1526, Oviedo, quien pasó varios años en la isla Hispaniola y otras regiones de Centroamérica, escribió:
"Perico ligero es un animal, el más torpe que se puede ver en el mundo, y tan pesadísimo y tan espacioso en su movimiento, que para andar el espacio que tomaran 50 pasos, ha menester un día entero".
Tras describir su cuerpo detalladamente, añade:
"Su voz es muy diferente de todas las de todos los animales del mundo, porque de noche solamente suena, y toda ella en continuado canto, cantando seis puntos, uno más alto que otro, siempre bajando, (…), como quien dijese,
la, sol, fa, mi, re, ut;
así este animal dice,
ah, ah, ah, ah, ah, ah".
Lo que le lleva a pensar que el animal es "el primer inventor de la música".
Se alimenta de aire
Lo más fabuloso llega cuando cuenta que apenas ve un árbol se sube a la cumbre más alta y se queda allá "ocho y diez y 20 días, y no se puede saber ni entender lo que come".
Agrega que él mismo tuvo uno en su casa y que entendió que "se debe mantener del aire"; y que muchos opinan lo mismo pues nunca se le ha visto comer nada.
Sólo voltea su cabeza hacia la dirección en la que viene el viento y se sabe "que el aire le es muy grato".
El fraile Thevet confirma lo que se da por hecho.
Cuenta que a él le regalaron un perico ligero y lo observó durante 20 días y nunca lo vio comer ni beber, como le pasó con los camaleones que vio en Constantinopla, los cuales viven del aire, asegura.
No sorprende que tan curioso animal maravillara a los europeos.
Y nos sigue maravillando, aunque por otras razones… ¡es difícil no quedar encantado al ver la simpática cara de un perezoso!
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