1988: Melanie Griffith encarnaba el prototipo de mujer trabajadora y ejecutiva norteamericana en la película “Working Girl”. Su personaje, Tess McGill, era como las miles de mujeres que en su país iban con zapatillas deportivas al trabajo para cambiarlas por tacones en la oficina. En la era de los trajes para trabajar, encarnada por Donna Karan, Armani, Thierry Mugler, los tacones eran considerados símbolo de poder, como desde hace siglos en la parte masculina. Tanto se popularizó, que llegó a ser imperativo en el dress code corporativo.
Pero con la llegada de los Millennials se ha cuestionado cada vez más su uso. Esto, debido a la explosión viral que hubo con respecto al uso de tacones en la oficina, en la rígida cultura laboral japonesa, donde se glorifica el trabajo como forma de vida. La campaña #KuToo, liderada por la actriz, escritora y activista Yumi Ishikawa, hizo una petición masiva que llegó a instancias gubernamentales para protestar por el uso de tacones en el trabajo. Le ha llovido slutshaming y acoso, pero su caso ya ha tenido precedentes: Nicola Thorp, en Inglaterra, se rehusó a llevarlos en 2016, aunque su gobierno no hizo nada. También, Norwegian Air fue criticada este año por pedirle a su staff permiso médico para no usar tacones. En 2017, la provincia de Columbia Británica en Canadá baneó a las compañías por forzar a sus empleadas a usar tacones, por considerar esta práctica discriminatoria y peligrosa. Incluso esto se ha extendido al cine: Julia Roberts y Kristen Stewart protestaron ante la regla de ir a la alfombra roja en tacones en el Festival de Cannes. El director se disculpó por eso.
Y sí: es doloroso. En 2013, un grupo de científicos del Hospital Nacional de Ortopedia de Londres mostraba con su escáner 3D por qué los tacones masacraban los pies de las mujeres: el peso corporal era trasladado a la almohadilla del pie, donde se ejercía presión hacia los sesamoideos, huesos ubicados bajo el dedo gordo. Pero en los últimos tiempos, estas protestas también tienen sentido al cambiar las formas de trabajar y de vestirse, así como el cambio de la cultura corporativa.
Cómodos para trabajar
Desde el auge del athleisure, se veía venir: los cambios de códigos de vestuario fueron determinantes para saber qué llevar a la oficina. El sporty chic irrumpió con fuerza y los bordes de lo “apropiado” comenzaron a difuminarse. Más cuando la dinámica de trabajo de los Millennials también cambió: a diferencia de los Baby Boomers y la Generación X, el millennial, muchas veces, no cumple un horario de oficina estricto. Incluso ni siquiera tiene oficina al trabajar como freelance o en lugares de coworking.
“Cambió la fuerza laboral y el 70% de los millennials consideran que es clave para ellos la flexibilidad laboral. El millennial cambia la filosofía, porque su vida no gira en torno a su trabajo. Esta fue una de las cosas más difíciles para las empresas: el trabajador considera que es dueño de su tiempo. Por eso vemos el “boom” de los freelancers, que quieren manejar esto y cambian también sus prioridades de consumo. Vemos así que se ha creado una nueva forma de vestuario, que mezcla el loungewear con algo más formal, porque como el millennial trabaja en casa, no quiere estar todo el día en pijama. Quiere estar cómodo, pero bien. Por ese lado, fastidian los tacones, ya no los usamos tanto y se vuelve más insostenible usarlos. Y estos códigos de vestuario surgen en industrias aún muy tradicionales”, explica a Metro Mariale Pascua, consultora de la agencia de tendencias WGSN.
La comodidad prima: la plataforma de búsquedas de moda Lyst mostraba en 2018 que los trainers eran las cosas más buscadas. Las marcas de lujo y los influencers han aprovechado este boom al hacerlas versátiles. Pero detrás del uso de zapatos más cómodos, prima sobre todo el bienestar de las mujeres en el trabajo, que han luchado porque la regla o el aire acondicionado, elementos que les causan malestar, puedan ser regulados. Y eso pasa con los tacones, aunque se usen para diversos significados: “Hay personas a las que no les han dado trabajos por no usar tacones, mientras que otras sí los usan y esa es una discriminación contra la que se lucha cada vez más. Hemos sabido que el feminismo, a medida que se consolida, ve una reapropiación del cuerpo, donde las mujeres usan escote y tacones. Pero hablar de escotes en la oficina incluso es un tema difícil en la era del #MeToo”, explica Pascua.
Los tacones pueden significar muchas cosas, pero para miles de mujeres solo existe una palabra: dolor. Cada vez más hay opciones de zapatos planos en el trabajo, pero no es cuestión de la pieza, sino de la cultura que la arropa y que ve estos elementos como símbolo de idoneidad.
Dress for success: Slutshaming y masculinización
Ya en 1991, la académica Valerie Steele explicaba en su ensayo “The F- Word” que las mujeres en el mundo académico debían asumir colores y piezas masculinas para ser tomadas en serio. Esto se expande, por ejemplo, a lugares como la política, al ser las mujeres líderes quienes visten con colores más oscuros y siluetas más rígidas. ¿Excepciones? Theresa May y Christina Kirchner, de Argentina, criticada por el celo con el que cuida su apariencia. Pero en ámbitos escolares en Inglaterra y Estados Unidos también se han visto protestas por slutshaming al muchas chicas ser devueltas de sus instituciones por vestir piezas demasiado “provocativas”. Esto incluso bordea las fronteras del consentimiento, el abuso y el acoso. De hecho, el movimiento Slutwalk se creó en Canadá en 2011 al ser culpadas las mujeres de sufrir agresiones por cómo se vestían, entre otras manifestaciones.
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