BUENOS AIRES — El expresidente Fernando de la Rúa, quien había seducido a los argentinos con un perfil de político honesto y de estadista para luego dejar al país sumido en la peor crisis económica de su historia en 2001, murió el martes tras permanecer varios meses internado por dolencias cardiovasculares y renales. Tenía 81 años.
Los problemas cardíacos aquejaron a De la Rúa desde que ocupaba la presidencia. Tras dos angioplastias y otras intervenciones en años recientes, había quedado internado el primer día de 2019 por una infección respiratoria que agravó sus dolencias cardiovasculares previas.
“Lamento el fallecimiento del expresidente Fernando de la Rúa. Su trayectoria democrática merece el reconocimiento de todos los argentinos. Acompañamos a su familia en este momento”, anunció el presidente Mauricio Macri a través de su cuenta de Twitter.
La agencia estatal Télam reportó que la causa de su muerte obedeció a un agravamiento de sus dolencias coronarias y renales.
Como la mayoría de los dirigentes políticos argentinos, De la Rúa era abogado. Alternaba los estudios en su provincia natal de Córdoba con la militancia política en la juventud de la Unión Cívica Radical (UCR), una fuerza identificada con la socialdemocracia.
Con apenas 36 años, acompañó como candidato a vicepresidente a Ricardo Balbín en las elecciones presidenciales de 1973, que ganó el líder y fundador del peronismo Juan Domingo Perón con más del 60% de los votos.
Ya con peso propio dentro del partido, compitió y perdió contra Raúl Alfonsín en las primarias para las elecciones presidenciales en 1983, las primeras tras la dictadura militar instaurada en 1976. Alfonsín terminaría proclamado presidente.
Tras alternar cargos en ambas cámaras del Congreso, De la Rúa fue elegido en 1996 como el primer alcalde de Buenos Aires. La capital argentina había conseguido su autonomía dos años antes gracias a una reforma de la Constitución.
En 1997 fue uno de los fundadores de la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación, una coalición de centroizquierda para disputarle el poder al peronismo, que venía gobernando el país desde 1989 con el neoliberal Carlos Menem.
El deterioro de la economía, sumado al hastío de la población por la corrupción que ensombrecía la gestión menemista, generaron un clima social propenso para un cambio de gobierno en el país sudamericano.
De la Rúa, ya lanzado como candidato presidencial, explotó su perfil de político recatado y poco carismático con un recordado spot de campaña (que arrancaba con la frase: “dicen que soy aburrido”) para confrontar con la llamada “fiesta menemista” del derroche.
La estrategia tuvo éxito y el radical ganó la presidencia en octubre 1999.
Pero la ilusión que había generado el político pronto se diluyó al verse obligado a implementar un fuerte ajuste con recorte de jubilaciones y salarios de empleados públicos, aumento de impuestos y otras medidas impopulares para reducir el déficit fiscal y cumplir con los pagos de deuda.
El halo de transparencia que rodeaba al mandatario radical también se quebró en 2000 cuando salió a la luz una investigación periodística que reveló el supuesto pago de sobornos a senadores opositores para la aprobación de una ley de reforma laboral. El escándalo provocó la renuncia del vicepresidente y titular del Senado, Carlos Álvarez, decisión que debilitó a la coalición gobernante.
En medio de la crisis económica y política, De la Rúa jugó su última carta en 2001 con la designación como ministro de Economía de Domingo Cavallo, quien había ocupado el mismo cargo años antes bajo la gestión menemista y había sido el autor intelectual del modelo de convertibilidad (paridad entre el peso y el dólar) que ahora estaba a punto de eclosionar.
Cavallo, quien gozaba de prestigio entre los inversores extranjeros, impulsó un plan de déficit cero y una reestructuración de deuda con la idea de recuperar la confianza en los mercados. Por el contrario, la respuesta fue un retiro masivo de depósitos bancarios que obligó al gobierno a limitar la extracción de dinero efectivo de los bancos.
El denominado “corralito” bancario terminó de sellar la suerte del gobierno de De la Rúa, quien presentó la renuncia el 20 de diciembre de 2001 en medio de un estallido social con más de 30 muertos en todo el país.
La última imagen de De la Rúa como presidente lo mostró subiendo a un helicóptero en la azotea de la Casa de Gobierno mientras a pocos metros de allí, en la histórica Plaza de Mayo, una multitud enardecida lo insultaba.
Tras su salida, se desató una crisis institucional materializada en una seguidilla de cinco presidentes en una semana. Fue el peronista Eduardo Duhalde quien completó el mandato de De la Rúa en 2003.
Fuera de la política, De la Rúa reaparecería en público años después en los tribunales de justicia para dar explicaciones sobre supuesta corrupción y las muertes de manifestantes que dejó la represión policial en los últimos días de su gobierno. En ambas causas quedó libre de cargos.
De la Rúa estaba casado con Inés Pertiné, con quien tuvo tres hijos, Antonio, Fernando y Agustina.