Locales

Agobiados y tristes ante situación de emergencia

Crónica de un recorrido: Palpable el impacto de los sismos en la vida de las personas que no están seguras en sus hogares

José Orench conoce de primera mano el impacto que, de tantas maneras, ha tenido la interminable racha de terremotos que han agobiado a Puerto Rico, y en especial, al sudoeste de la isla, desde hace mas de dos semanas. Su esposa, Ivelisse Santiago, no ha podido sobreponerse a una crisis de ansiedad que, frecuentemente, la deja sollozando. Su suegro, paciente de alzhéimer, empezó a sufrir de súbitos episodios de agresividad, al punto de que comenzó a impedir que sus familiares lo asearan como de costumbre.

Sin embargo, para el empleado retirado de la Autoridad de Energía Eléctrica, dejar el campamento improvisado en el parque de pelota de la comunidad La Luna, en Guánica, para dirigirse a algún refugio alejado de la actividad sísmica es una idea que no puede concebir en este momento.

“Escuché que quieren llevarnos a Ceiba, a un sitio lejos. Pero qué yo hago con esas 50 gallinas ponedoras que tengo en casa. Esas gallinas se toman cinco galones de agua diarios”, dijo Orench, cuya casa en la calle 7 de este barrio sufrió múltiples grietas en su estructura y, según describió, el piso “se ve separado”.

Al momento de la visita de este diario, cerca de diez familias mantenían sus casetas ancladas al terreno de juego del parque de pelota, al igual que otros cientos de personas en distintos lugares del suroeste de Puerto Rico.

Esas gallinas ponedoras que menciona Orench han sido de gran utilidad en este “refugio informal”. Desde que la pareja llegó aquí hace “cuatro o cinco días”, los huevos se han convertido en el desayuno de buena parte de los inquilinos del parque.

Complicada adaptación

Desde el terremoto de magnitud 6.4 que sacudió a toda la isla en horas de la madrugada del 7 de enero, la caseta de la familia de Orench ha albergado a hasta ocho miembros, entre los que vienen y van.

Uno de los que ya no pasa sus días en la caseta es el suegro de Orench, quien no pudo adaptarse a la vida en el campamento.

“Ella (su esposa Ivelisse) decía que es que lo hemos sacado de casa. Empezaba a orinar mucho. Se nos evacuaba. Estaba fuera de su ambiente. Desde el 28 (de diciembre, día que comenzó la serie de temblores) no se quería bañar”, relató Orench, al indicar que el sábado “unas monjitas de Hormigueros” se llevaron a su suegro a ese municipio.

Para Santiago, quien ha laborado para agencias como la Administración de Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción y el Departamento de la Familia, la estadía ha sido igualmente difícil. De hecho, durante la visita de Metro, la mujer estaba visiblemente compungida.

“Es la primera vez que la he visto así”, admitió Orench.

Según Orench, la labor de individuos y empresas privadas ha sido suficiente para abastecer al refugio de artículos de primera necesidad, aunque reconoció que la principal carencia es el hielo. Las autoridades federales, estatales y municipales, no obstante, han estado prácticamente ausentes.

“Aquí no ha llegado nadie de FEMA (Agencia Federal para el Manejo de Emergencias). La Guardia Nacional pasa, pero no entran. No sé si tiene instrucciones de más arriba de que quieren sacarnos de aquí”, dice Orench, quien no puede sacarse de la mente la sensación que lo invade cuando se aproxima otro temblor.

“Ya yo sé que viene algo cuando se siente el movimiento en los pies. Gracias a Dios que me ha dado fortaleza, aunque me da ese taco en la garganta. Uno tiene que tener control. Dicen (que hay que tener) calma, pero yo sé que no todo el mundo tiene calma. Hay que vivir”, subraya resignado.

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