Esta semana arrestaron por segunda vez a la súper secretaria. Así fue como nos la vendieron los “boys del chat” y los medios que hicieron hasta lo indecible para justificar el sueldo de un cuarto de millón de dólares que recibiría la secretaria de Educación nombrada por el destituido Ricardo Rosselló. Entre un reportaje y otro nos convencieron de que la “altamente cualificada Julia”, sería directora de tres escuelas, daría clases en línea, asesoraría la AAFAF y que como secretaria de Educación, transformaría el sistema y mejoraría el aprovechamiento académico de nuestros estudiantes. Nada más lejos de la verdad.
Keleher cerró el 42 % de las escuelas de nuestro país sin mediar criterio académico o poblacional alguno. Instauró la mal llamada “reforma educativa” que no tenía ni un pelo de reforma ni de educativa. Facilitó la privatización de nuestra educación pública y otorgó cuestionables contratos, como la inútil biblioteca virtual a un costo de $22 millones, y la infame campaña de valores de cinco meses, que nos costó $17 millones.
Hace unos días, nos enteramos de que mientras la escuela Padre Rufo estuvo meses sin electricidad por “no contar” con $40,000 para un generador, la súper secretaria, según alega el pliego acusatorio en su contra, traqueteaba para cederle una parte del terreno de dicho plantel a un condominio aledaño a cambio de que le regalaran un apartamento de casi $300 mil dólares.
Hoy, mientras miles de niños ven sus escuelas colapsadas y sus padres agradecen que los temblores que les cambiaron la vida no ocurrieron con ellos allí, nos enteramos de que nuestra súper secretaria ignoró los informes que detallaban la inseguridad de dichas estructuras.
A nadie hoy le sorprende el arresto de Julia Keleher. Lo que sí debe sorprendernos es que sigamos cayendo en la misma redada. Keleher, Yamil Kouri, Víctor Fajardo, Ramón Orta y Ángela Dávila, entre otros, son el mejor ejemplo de que cuando la crisis se convierte en la oportunidad para el saqueo y se institucionaliza la impunidad, lo que abundan no son los super secretarios, sino un ejército… de súper pillos.