En los diferentes países de América Latina les llaman tapabocas, nasobucos, bosales, barbijos o mascarillas y hay quien incluso asegura que llegaron para quedarse.
Los pequeños rectángulos de tela u otros materiales que protegen la parte inferior del rostro se convirtieron en estos dos meses —debido a la obligatoriedad de llevarlos puestos en algunos lugares o a su capacidad de protección ante el nuevo coronavirus– en algo cotidiano. La moda no los desaprovechó, los activistas los usan para difundir sus mensajes y los emprendedores para enfrentar la crisis de sus talleres.
“Visualmente es algo impactante”, dijo a The Associated Press la diseñadora Lauren Fajardo, copropietaria de la firma de modas cubana Dador. “Es también una forma de expresión, no tengo ni que hablar para que sepas a partir del nasobuco lo que estoy transmitiendo”.
Héroes de la lucha libre en Ciudad de México, sonrisas al estilo “Guasón” en Lima, de camuflaje verde olivo en Caracas, bordados típicos de culturas ancestrales, estampados de dólares en Montevideo, los motivos de las mascarillas son tan coloridos como originales y variados. Incluso memes que circulan en Internet desde el inicio de la pandemia muestran modelos confeccionadas a partir de botellones plásticos, con agujeros para tomar ron o sostenes femeninos.
Cuando el brote del virus empezó a crecer, los pocos que había disponibles en las farmacias desaparecieron, hubo un pánico que subió sus precios por encima y el personal médico lamentó que ni siquiera ellos, los más expuestos, pudieran tenerlos. Después, el estallido de ingenio que transformó sus formas, diseños y materiales se extendió por toda la región.
En La Habana, amas de casas con sus máquinas de coser aceptaban retazos de cualquier tela y sentadas en sus portales hacían nasobucos para sus vecinos gratis, mientras que en Río de Janeiro escuelas de samba pararon la confección de sus trajes multicolores de carnaval para confeccionar estos cubrebocas.
Las autoridades también los adoptaron: en Guatemala, el presidente Alejandro Giammattei apareció públicamente con uno que tenía el nombre de su país bordado y el gobierno mandó a hacer cuatro millones de éstos para entregarlas a la población. Presos en el país centroamericano cosieron unos 10.000 que luego donaron.
Esta no es la primera vez que se popularizan, aunque sí su variedad. En occidente también se les vio a comienzos del siglo XX durante la pandemia de la gripe española, un antecedente del actual coronavirus en términos de contagio y mortalidad.
Más recientemente, el uso de los barbijos en las calles se adoptó antes de la pandemia. Jóvenes de tribus urbanas se los ponían sobre todo en los países asiáticos en sintonía con sus héroes de musicales del “kpop”.
En Corea, China y Japón —previo a la aparición del virus, a finales del año pasado– podían verse para combatir fenómenos de contaminación atmosférica –como las tormentas de polvo amarillo– o como parte de una tendencia llamada “Da-teh masuku” o “Just for Show Mask”. En América Latina, en los meses anteriores al estallido de la emergencia sanitaria, los cubrebocas fueron usados por manifestantes en protestas como las de Ecuador para ocultar sus identidades.
Ahora, su confección también es una opción para que pequeños empresarios ayuden a sus finanza. En Lima, Perú, el diseñador John Sánchez puso su taller a funcionar para enfrentar la crisis económica y transmitir ideas.
“Todo tipo de producción anterior se congeló”, explicó a la AP. Sanchez dirige su pequeño negocio de estampados en serigrafía como tasas. “Quise agregarle un plus, mensajes para que la gente tenga mente positiva”.
Sus máscaras muestran consignas como “Resiste Perú” y otras tienen el logotipo de la policía.
A su vez, mujeres bolivianas de una asociación feminista de La Paz vieron la posibilidad de transmitir sus consignas: “Quédate en casa no es igual a quédate callada en casa”, rezan sus cubrebocas de color lila y tela lavable.
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“Este barbijo se ha vuelto esencial y por eso nosotros queremos llegar con mensajes en contra no sólo de la violencia patriarcal. Llamamos a todas a que se rebelen, que no están solas”, agregó Julieta Ojeda, miembro de Mujeres Creando.
En Argentina, diseñadores de alta costura como Benito Fernández, Verónica de la Canal y Marcelo Senra comenzaron a incluir los tapabocas entre sus “outfit” y hasta hicieron una subasta a beneficio de centros de salud.
Además, en el país sudamericano grupo de personas sordas e hipoacúsicas lanzaron una campaña para que el personal esencial en hospitales, tiendas o el transporte usen máscaras de material transparentes que les permitan leer los labios. El video de una de sus activistas, Mónica Leguizamón, con dificultades para oír, se hizo viral.
Muchos piensan que las mascarillas no desaparecerán pronto.
“Llegó para quedarse, por lo menos una temporada muy larga”, dijo a AP el diseñador mexicano, León Campa, quien junto a su esposa Isabel conduce BENIK, un taller de costura en Guanajuato que antes hacía souvenirs con motivos mexicanos para el turismo y hoy confeccionan unos 500 barbijos diarios con similares estampados. “Va a tener un desarrollo natural”.
“El calzado, por ejemplo, sería como una buena manera de representarlo. Se puede estar sin él pero hay una ventaja de cierto tipo al usarlo y ha tenido una evolución impresionante no solo en tamaño, estilos, colores sino materiales”, consideró Campa.
En la otra punta del continente la realidad parece darle la razón al mexicano: la semana pasada, cuando se reabrió el primer centro comercial en Santiago de Chile, junto con los pantalones y las blusas de media estación, las carteras y bisutería, las vidrieras lucían maniquíes con tapabocas estampados en combinación con la ropa.
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