RÍO DE JANEIRO (AP) — Suellen de Souza no aguantó más el encierro. Luego de seis meses adoptando recaudos, la técnica en enfermería decidió que el domingo sería su primer día de playa desde el comienzo de la pandemia.
“Está semana hizo mucho calor… la verdad es que me dieron muchas ganas de venir”, dijo la joven de 21 años, quien llegaba a la playa de Ipanema, en Río de Janeiro.
Bajo un sol fuerte de mediodía, era difícil encontrar un espacio vacío en la arena. Delante de Suellen, miles de personas disfrutaban de un día de playa. Convivían cientos de sombrillas, grupos de jóvenes jugando con pelotas y familias tomando sol.
Todos ellos en un espacio comprimido y sin máscaras faciales: escenas de un fin de semana que desafiaba la existencia de una pandemia.
Con una curva epidemiológica que ha comenzado a retroceder, miles de brasileños exhaustos con las medidas de cuarentena por el nuevo coronavirus relajan cada vez más los cuidados y desbordan las playas como si la crisis hubiese acabado en un país donde su presidente Jair Bolsonaro ha minimizado la pandemia.
En Río, el desafío a las recomendaciones de mantenerse aislado llegó incluso hasta de Souza, una asistente de enfermería que trabajó en un hospital de campaña para atender a enfermos de coronavirus.
“Se está consiguiendo controlar un poco más el coronavirus, eso me dio seguridad para salir”, aseguró de Souza
En Sao Paulo, el estado más golpeado con más de 845.000 contagios confirmados y 31.000 muertes por el virus, el escenario fue similar. Miles de aprovecharon el fin de semana largo para viajar al litoral del estado.
“Si te quedas mucho tiempo dentro de casa te vuelves loco. Yo estaba así. En el momento que supe que la playa estaba liberada decidí venir”, dijo Josy Santos, una profesora de 26 años que pasaba el día en Guarujá, una ciudad balnearia a una hora de la ciudad de Sao Paulo.
Con más de 4.100.000 contagios confirmados y al menos 126.000 muertes por el virus, Brasil es el segundo país con los mayores números absolutos sólo detrás de Estados Unidos. El mayor país de Latinoamérica dejó atrás las últimas semanas una meseta de casi mil muertes que arrastró casi tres meses y tuvo una reducción en el número de casos.
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Sin embargo, las cifras son consideradas todavía muy altas por los especialistas, con un promedio de 820 muertes diarias. Patricia Canto, neumóloga del Instituto Fiocruz, dijo que Europa, y en especial España, puede ser un espejo si el comportamiento de los brasileños es negligente.
“España controló la pandemia, pero hubo nuevos brotes cuando muchos jóvenes se descuidaron durante el verano”, planteó. “Si la población no toma consciencia y continúa frecuentando playas y bares sin cuidados, puede ser un espejo”.
El presidente Bolsonaro alentó desde un inicio a retornar a la vida normal para evitar que el impacto en la economía fuera mayor que el del propio virus.
Geraldo Tadeu, coordinador del Centro de Estudios e Investigaciones sobre la Democracia, dijo que la falta de coordinación en el combate al COVID-19 de los gobiernos condujo a una desmoralización de los brasileños.
“Luego de seis meses, nadie más aguanta quedarse dentro de casa viendo cómo no hay ninguna directriz clara para combatir el virus”, dijo Tadeu. “Como no hubo ninguna política seria, la población se extenuó. Sale a las calle al ver que el esfuerzo de quedarse en casa, mientras otros no lo cumplen, no vale más la pena”.
“Todo el mundo tiene que salir para ir al mercado, comprar cosas, trabajar.. nadie va a quedarse dentro de casa”, dijo Santos. “O se hace un ‘lockdown’ (encierro) de una vez por todas o liberan a todo el mundo, porque así da igual”, agregó.