A través de los años, las ciencias nos han provisto nueva información sobre estrategias efectivas para atender la salud sexual. Se han descubierto tratamientos para distintas condiciones, establecido estrategias para la prevención e, incluso, información actualizada sobre el desarrollo epidemiológico de las enfermedades.
En el caso del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), algunas de las aportaciones más importantes de los pasados años han sido el tratamiento de profilaxis preexposición (PrEP) como estrategia de prevención biomédica para el VIH y el reconocimiento y validación del Indetectable = Intransmisible (I=I), que establece que una persona con una carga viral indetectable de VIH no puede transmitir el virus a sus parejas sexuales si es adherente a su tratamiento.
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Este progreso nos ha abierto una ventana de posibilidades para el placer y el disfrute de la salud sexual de las personas que viven con VIH. Sin embargo, es necesario trabajar con la implantación de los nuevos hallazgos y descartar la cultura del miedo, el castigo, lo prohibido y la culpa. En ese aspecto, hay que reevaluar la importancia de las palabras cuando hablamos sobre el VIH y prácticas sexuales seguras, un tema tan sensitivo como importante para la salud general del ser humano.
A la luz de estas nuevas posibilidades, las personas que viven con VIH desean buscar opciones de prevención para disfrutar de actividades sexuales sin sentir culpa o remordimiento. Muchas de estas personas han revelado, tanto de manera anecdótica como evidencia documentada por diversos estudios, una fuerte carga de juicio moral por parte de los proveedores de cuidado clínico hacia sus comportamientos sexuales. Este es un rastro muy claro del estigma asociado con esta condición crónica de salud. Esas actitudes son parte de un cambio necesario e inminente: debemos transformar la manera en que pensamos y hablamos sobre la sexualidad.
La estigmatización del VIH, asociada en principio con la comunidad de varones homosexuales, todavía puede percibirse en algunas conversaciones a nivel general. Peor aún, todavía hay proveedores de cuidado clínico que persisten en un abordaje que parte de ese conocimiento que, además de anticuado, es incongruente. ¿Cómo podemos erradicar esta manera de pensar que aún se ancla en la persecución y el señalamiento, cuando hemos avanzado en otras áreas de la vida en sociedad?
La propuesta es simple: necesitamos reflexionar sobre cómo usamos el lenguaje y qué cambios son necesarios para que nuestros acercamientos sean más asertivos. Podemos comenzar con el abordaje hacia la salud sexual de las personas que viven con VIH desde la perspectiva del riesgo: en este caso, es importante ofrecer distintas estrategias para el sexo más seguro, sobre todo para las personas que viven con VIH. Es importante ofrecerles el reconocimiento y la validación de la sexualidad como una parte importante de la naturaleza humana que debe ejecutarse con libertad y sabiduría. De esta forma, nos alejamos del discurso del miedo para adoptar prácticas seguras, utilizando barreras de protección y el uso de PrEP.
Cambiar la forma en que hablamos sobre el sexo puede ser un gran reto para todas y todos. No obstante, significa un importante avance para atender, de manera sensible y empática, la salud sexual y la prevención del VIH de una manera simple, pero muy importante.
La autora es Educadora en Salud Licenciada y Gerente de Educación de Centro Ararat, Inc.