I
Viernes, 4:33 a.m. Todos vienen a lo mismo. Algunos llevan alrededor de seis horas esperando, otros aún apiñan sus carros en una fila autogestionada en el carril de la extrema derecha en la avenida Roosevelt.
Más de 2.5 kilómetros de vehículos uno detrás del otro: la hilera de carros comienza en la entrada del estacionamiento del Hiram Bithorn, el cual también alberga las instalaciones del Coliseíto Pedrín Zorilla y llega al shopping center de Borinquen Towers. En el Pedrín hoy no hay cartelera de boxeo ni un partido de voleibol. En cambio, cientos de personas aguardan por la segunda porción necesaria para darle nocáut a la enfermedad que ha detenido al mundo durante más de un año: el COVID-19.
PUBLICIDAD
Al sol le falta todavía unas dos horas para asomarse. Hay muchos carros, pero poca gente visible. Algunos duermen en el interior de sus vehículos y otros dan cháchara en la acera de la avenida. Son pocos los rostros que se pueden apreciar. A algunos sus celulares les delata el semblante mientras matan el tiempo deslizando el pulgar en la pantalla de arriba hacia abajo, una y otra vez.
La carretera está vacía, pero la noche está pesada, ansiosa. Solo el carril de la derecha está repleto de carros.
Liah Avilés fue una de las primeras en llegar a la carrera, la séptima en arribar para ser exactos. La bayamonesa de 54 años, que trabaja en un consultorio médico, intercambió el descanso en la comodidad de su hogar por unas cuantas horas resguardada en el interior de su vehículo entre la ansiedad por recibir la tan esperada segunda dosis y el riesgo de pernoctar en estas calles que están como boca de lobo.
“Es muy injusto que tengamos que madrugar de esta manera… Salir a hacer una fila a las 10:00 p.m.…Si no lo hago así, pues tengo miedo a no coger la dosis y no quiero que siga pasando el tiempo”, dice mientras sostiene su teléfono celular, el cual en ocasiones alumbraba lo poco que se veía de su rostro.
Pero el empuje por vacunarse de una vez y por todas se mezcla con otras vallas que había que brincar en esta carrera de distancia y de tiempo. Acá no hay calambres repentinos, pero hay miedo a la noche y tener que bregar con sus respectivos contratiempos de salud.
“Ahora mismo tengo condiciones de salud y para mí es muy difícil estar aquí… Tenía mucho miedo de estar aquí. Es bien peligroso y oscuro”, dice Liah con el tono de voz de alguien que ya le huye a la angustia en este trayecto. Son los gajes de la incertidumbre… Una incertidumbre que esperan se aplaque con el pinchazo final.
PUBLICIDAD
Los 28 días de Liah luego de la primera dosis se cumplían el miércoles. No tenía cita, pero su tarjetita decía que debía acudir el 12 de febrero para su segunda dosis. “No [hice cita], porque esta es la segunda dosis. En la primera también hice esta misma fila y tuve que madrugar en aquel momento para coger la primera dosis”, añade, quien ya conoce la resistencia que hay que tener para esta corrida.
II
Ese susto por no recibir la segunda dosis en el tiempo que indica la tarjetita se amplificó luego de que se revelara que cerca de 7,000 vacunas —asignadas a la segunda dosis— habrían sido utilizadas como vacunas para la primera inoculación.
Así fue revelado el pasado jueves 11 de febrero, tan solo unas horas antes de este recorrido nocturno, una decisión que, según admitió el propio general Juan José Reyes y el secretario de Salud, Carlos Mellado, provocaron un descuadre en la cantidad de personas inoculadas para la primera dosis y aquellas que les toca la segunda porción de la vacuna.
III
5:20 a.m., hay aguaje de lluvia. La acera está húmeda. Hay que caminar en punteadas para evitar un traspié con el limo.
Siguen llegando carros. Algunos están vacíos, más allá de quien conduce. En otros hay hasta cuatro personas. Unos hablan, otros duermen. Otros se niegan a abrir sus ventanas. Quizás por eso que mencionó Liah: que la noche mete miedo.
La carretera está vacía, pero la noche va más pesada, más ansiosa. Solo el carril de la derecha está saturado de vehículos. Se suelta una brisita de vez en cuando, pero en ocasiones el vapor de la humedad pega. Cerca de un establecimiento cerrado dos hombres prenden sus cigarrillos mientras queman las horas.
Ya pronto sale el sol.
IV
Son las 5:33 a.m. y Juan Weaver llegó un chispito después que Liah. Entre la medianoche y la 1:00 a.m., para ser más precisos. A eso de la medianoche estacionó su vehículo en la fila y regresó a su turno de trabajo. Entonces, a la 1:40 a.m., se reincorporó al maratón.
A esta hora, el también empleado del sistema de llamadas 9-1-1 ya había echao’ uno que otro jueguito de dominó. Varios vellones entre compañeros de trabajo, como es costumbre, ya se habían pegao’. Todo para luchar contra las volteretas de las manecillas, pues ellos ya no quieren un reloj. Ahora solo quedaba que despejaran la valla en la entrada del estacionamiento para el segundo round que te acercaba al prometido pinchazo porque ni una siesta había podido darse Juan.
“Estoy acostumbrado al turno de 8:00 p.m. a 5:00 a.m., por eso no me ha dado sueño todavía. Lo que tengo es hambre, pero uno no se puede mover mucho de aquí”, dice el hombre de 37 años recostado en una sillita de playa.
Después de unas cuatro horas esperando, Juan y su colega Daisy Delgado, también empleada del 9-1-1, confiaban en que saldrían por la puerta ancha. Aunque, claro, con todo lo que se ha ventilado en el ojo público, les preocupaba que no pudiesen vacunarse hoy.
“Me preocupa la escasez, pero me voy confiado que no hay tantos carros antes de mí. Me voy con que yo sé que hoy me toca mi puyazo y cogeré mi fiebre o lo que sea, pero me preocupa pa’ los senior citizens, mi mamá que es maestra y mi hermana, que no es senior, ni maestra, ni first responder”, comenta, quien por un ratito contempló que, de no ser vacunado, no formaría un “berrinche”, pero puede que se vaya molesto.
El carro de Juan podría haber sido el número 17 en los más de dos kilómetros ocupados por vehículos en el carril de la derecha de la avenida Roosevelt.
“Tengo fe de que eso no va a pasar”, menciona.
V
Son las 6:12 a.m., y los carros empiezan a moverse. Se mueven lento, pero poco a poco van apretando el paso. Todavía no sale el sol.
En la entrada, oficiales de la Guardia Nacional cotejan las tarjetitas de las personas a vacunarse. Al permitir la entrada al estacionamiento del complejo, vociferan un número. “¡Uno!”, “¡Tres!”, “¡Uno!”, se escucha decir a un oficial para validar la cantidad de personas dentro de un vehículo.
A las 6:23 a.m., un carro se detuvo. Un oficial le indica que debe retirarse de la fila. El individuo no quiso comentar qué le dijeron los oficiales y se marchó. Pero un empleado que no quiso ser identificado señala que a las personas que les toca su segunda dosis en una fecha posterior —en este caso varios días después— no se les permitiría vacunarse hoy. Tendrían que regresar en la fecha que indica la tarjeta.
Son las 6:57 a.m. y ya el sol se asoma… y consigo trajo una llovizna.
VI
7:00 a.m. Ya las primeras personas empiezan a estacionarse frente al Coliseíto. No hay cartelera de boxeo ni juego de voleibol, pero cientos de personas aguardan su turno para ser vacunados por segunda vez.
Se estacionan y esperan a ser llamados antes de bajarse del carro.
VII
8:45 a.m. La valla está cerrada nuevamente justo a la entrada del estacionamiento hacia el Bithorn.
Más o menos a esta hora —y casi siete horas después de haber llegado a hacer fila— Juan salió con su segunda inoculación, aliviado tras completar su vacunación, pero preocupado porque haya escuchado que la espera de madrugada no era necesaria.
Ante esto, el secretario del Departamento de Salud, Carlos Mellado, apuesta a que finalmente puedan tener una plataforma de turnos para prevenir la hilera de carros de madrugada y mitigar el desfase provocado por la utilización de unas 7,000 vacunas asignadas a la segunda dosis para inocular a personas por primera vez. Asimismo, asegura que el Coliseíto cuenta con 350 vacunas diarias, pero que recibían llamadas para reubicar pacientes que no pudieron recibir la inoculación en el Pedrín Zorrilla.
“Una vez sea viable el sistema completo de turnos generados, que ya lo tenemos, pues eso se supone que ya no vuelva a pasar más nunca”, menciona el funcionario.
Al filo de las 9:00 a.m., los carros siguen llegando. Cuatro horas después, la fila alcanza el semáforo de la Roosevelt esquina con la Calle Constitución. Ahora son 1.3 kilómetros de vehículos en espera.
Un hombre, que prefiere no revelar su nombre, menciona que llegó a las 5:30 a.m. “La fila llegaba hasta la Triple S en la Roosevelt”, dice.
Minutos más tarde, se dispara un aguacero. Pero en este juego de vida y muerte contra el coronavirus no se vale la suspensión por lluvia. Y esta vez, los gajes de la incertidumbre son otros. Las calles no están vacías y ya no hay desconfianza a la noche. La espera —de día o de noche— no acaba.