Los problemas en Haití pueden resumirse en el hospital público de L’Asile, en lo más profundo de una zona rural remota en el suroeste del país. Allí, cuatro días después del potente sismo que afectó especialmente a la región, siguen apareciendo aldeanos con brazos y piernas rotas.
El director del centro, Sonel Fevry, dijo que recibieron a cinco de esos pacientes el martes, el mismo día en que las autoridades elevaron el número de fallecidos en la tragedia en más de 500 personas. La pobreza extrema, el mal estado de las carreteras y la fe en la medicina natural conspiran para agravar los problemas.
“Hacemos lo que podemos, retiramos el tejido necrotizado, les damos antibióticos y tratamos de entablillarlos”, apuntó Fevry agregando que el acceso por carretera al centro del departamento de Nippes es complicado y no todo el mundo consigue llegar.
La Agencia de Protección Civil de Haití elevó el martes a 1.941 el número de muertos y a 9.900 el de heridos, muchos de los cuales han tenido que esperar al aire libre para recibir ayuda médica, bajo un sofocante calor y aguantando la tormenta que el lunes en la noche descargó fuertes lluvias y vientos en la zona.
La devastación afectó tal vez más a las zonas rurales que a las ciudades, pero las noticias llegan lentas desde allí. Todo el ala de obstetricia, pediatría y el quirófano del hospital de L’Asile colapsó, aunque todos lograron salir con vida. A pesar del derrumbe, el centro pudo atender a alrededor de 170 heridos graves en el terremoto bajo carpas improvisadas en el patio.
Las zonas rurales próximas estaban arrasadas: en un radio de 16 kilómetros (10 millas) no quedó ni una casa, iglesia, tienda o escuela en pie.
Sorpresivamente, algunas de las viviendas tradicionales de madera y barro prensado ofrecieron a sus habitantes más opciones de supervivencia ya que sus tejados de hojalata seguían en pie, aún cuando sus relativamente débiles paredes se vinieron abajo. Pero el conocimiento tradicional no estaba ayudando a Haití desde el punto de vista médico.
“Sabemos que muchos de los haitianos preferimos quedarnos en casa y tratarnos con hojas y remedios naturales”, dijo Fevry, lo que demora más su llegada a los hospitales.
Según las autoridades, el sismo de magnitud 7,2 destruyó más de 7.000 viviendas y dañó casi 5.000 más, dejando a unas 30.000 familias sin hogar. Hospitales, escuelas, oficinas e iglesias se vinieron abajo o sufrieron daños graves.
Las lluvias y vientos de la tormenta tropical Grave elevaron la amenaza de deslaves e inundaciones repentinas a medida que el meteoro pasó lentamente sobre la península suroccidental de Tiburón en su avance hacia Jamaica y el sureste de Cuba. La tormenta obligó a suspender temporalmente las operaciones de búsqueda y rescate, avivando la ira y la frustración de las miles de personas que se quedaron sin casa.
Los rescatistas y voluntarios seguían sacando cadáveres de entre los escombros. En la comunidad de Les Cayes, el olor a muerte cubría un edificio de apartamentos de tres pisos que se vino abajo. Una sencilla sábana cubría el cuerpo de una niña de 3 años que los bomberos habían encontrado una hora antes.
Joseph Boyer, un vecino de 53 años, dijo que conocía a la familia de la niña
“La madre y el padre están en el hospital, pero los tres hijos murieron”, señaló. Los cuerpos de los otros dos hermanos habían aparecido antes.
Ilustrando la ausencia del gobierno, los bomberos voluntarios de la cercana ciudad de Cabo Haitiano habían dejado el cuerpo bajo la lluvia porque no había policía, que tiene que estar presente para retirar el cadáver.
Una multitud de hombres enfurecidos se reunió frente al edificio caído, una señal de que la paciencia llegaba a su límite entre quienes llevan días esperando a que llegue ayuda gubernamental.
El director de la Agencia de Protección Civil de Haití, Jerry Chandler, reconoció la situación. La evaluación del sismo tuvo que suspenderse por las fuertes lluvias, “y las personas se están poniendo agresivas”, afirmó.
Haití es el país más pobre del hemisferio occidental. Antes del sismo, la población ya lidiaba con la pandemia del coronavirus, el incremento de la violencia de las pandillas, el aumento de la tasa de pobreza y el asesinato de su presidente, Jovenel Moïse, el pasado 7 de julio.
Etzer Emile, un economista haitiano y profesor en la Universidad Quisqueya, una institución privada en la capital, Puerto Príncipe, dijo que el impacto del terremoto causará seguramente más pobreza en el largo plazo en la región suroccidental. La inestabilidad política y la criminalidad de las pandillas en las carreteras que llevan a la región han lastrado especialmente su actividad económica en los últimos años.