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Contaminación urbana convierte un río en cloaca

Se trata del río Katari en Bolivia

Mientras los líderes del mundo buscan salidas urgentes a la crisis climática en Escocia, indígenas aymaras de Bolivia se sienten impotentes para salvar un río que antes les dejaba buenas cosechas y que ahora es una cloaca abierta que esparce aguas servidas de ciudades y pueblos que se expanden rápidamente en las afueras de La Paz.

El río Katari nace en los nevados que se yerguen en el horizonte del Altiplano. A su paso por la ciudad de El Alto y otros poblados vecinos de La Paz, arrastra aguas servidas, basura y hasta residuos tóxicos de fábricas y minas que transforman el río en un caldo pestilente y verdoso que cuando se desborda esparce aguas contaminadas por campos de cultivo y pastoreo en la vasta pampa contaminando las orillas del Titicaca, el lago navegable más alto del mundo y una de las maravillas naturales que comparten Bolivia y Perú.

Un burro muerto tranca el paso del riachuelo en una pampa pantanosa donde pastan vacas con sus pezuñas sumergidas en el barro. En un puente de cemento se amontona basura y botellas de plástico, incluso una cruz de madera que las aguas arrastraron desde algún cementerio. El paisaje rural parece idílico con los nevados andinos al fondo, pero no hay aves, no se escuchan pájaros y el aire huele fétido.

“Ya no hay cómo vivir acá. La papa no crece. Plantamos quinua, las aguas inundan y joden (arruinan) todo. No hay cómo sembrar, antes pues era bonito. Por eso los jóvenes se van a la ciudad”, dice Pablo Aruquipa, agricultor de 58 años, en el municipio de Pucarani, a unos 40 kilómetros al noroeste de El Alto.

“La producción agrícola y pecuaria ha caído. Las aguas contaminan las siembras y matan al ganado. Ya no hay flora ni fauna silvestre. Los sedimentos que arrastran las aguas están cambiando el curso de los ríos. Por eso hay migración a las ciudades”, dice Juan Carlos López, responsable de Medio Ambiente y Agua en el Municipio de Pucarani, uno de los más afectados.

Vecina de La Paz y con casi un millón de habitantes, El Alto es una de las ciudades más pobladas del Altiplano y con mayor población indígena de Bolivia. La migración rural forzó un crecimiento rápido y caótico de esa urbe que afronta una alta carencia de servicios básicos. Apenas tiene una pequeña planta de tratamiento de aguas residuales. La mayor parte de sus aguas servidas descargan en ríos y riachuelos que desaguan en una pampa a las orillas del Titicaca.

Desde el Ministerio de Medioambiente, el gobierno boliviano impulsa proyectos de remediación en colaboración con Perú, pero “el problema es grande y las necesidades aumentan”, reconoce Josué Gonzales, técnico de ese despacho.

“Nosotros vemos que toda esta basura plástica viene del capitalismo. Son las grandes transnacionales que nos contaminan y deberían tributar a cada país y pagar un impuesto para salvar el medioambiente que ayudan a contaminar”, afirma López.

Bolivia es uno de los países que sufre la consecuencias del cambio climático a pesar de sus bajas emisiones contaminantes, lo que se traduce en sequías, heladas, inundaciones y deshielo de glaciares. A ello se suma la deforestación y la contaminación urbana y minera provocadas por el hombre, de acuerdo con estudios del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

En 2015 el Poopó, el segundo lago más grande en los andes bolivianos, despareció y fue noticia mundial, pero sus aguas poco profundas que alguna vez abarcaron más de 2.000 kilómetros fueron disminuyendo por décadas debido a la sedimentación, la contaminación minera, el desvío de aguas para usos agrícolas, el cambio climático y el fenómeno de El Niño, con su patrón errático de lluvias y sequías, según diversos estudios.

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