Un columpio. Una bandeja con vasos dejada afuera al escapar. Todo desaparecerá y quedará enterrado debajo de las cenizas del volcán de la isla La Palma.
En la zona de exclusión se percibe la destrucción causada por la lava. Una habitación con una hamaca luce vacía horas antes de que la casa sea destruida por una avalancha de rocas fundidas.
Al margen de si el final es producto de la lava o las cenizas, las casas y los campos al pie del volcán Cumbre Vieja serán destruidos en cámara lenta.
Desde que comenzó la erupción el 19 de septiembre, las autoridades cerraron el acceso a más de 8.200 hectáreas entre Cumbre Vieja y el océano Atlántico. Solo la policía, los soldados y científicos pueden moverse libremente en la zona de exclusión, que parte la costa occidental de La Palma en dos.
Una tierra exuberante, considerada un paraíso terrenal por lugareños y visitantes, está siendo arrasada por el volcán. Españoles y europeos en general pasaban sus vacaciones o se jubilaban aquí, sobre el mar, mientras que los residentes cultivaban bananas, aprovechando el clima semitropical de las Islas Canarias.
Ahora, residentes evacuados hacen cola en sus automóviles y camiones cerca de la zona de exclusión, esperando autorización para ser escoltados hasta sus casas y poder rescatar algunas cosas personales o al menos ver el estado en que se encuentran.
El tiempo humano y el tiempo geológico se combinan por la fuerza del volcán. La tierra y su gente padecen el mismo tormento. La lava y la ceniza llegan acompañadas por la angustia de hombres y mujeres cuyas vidas están siendo trastocadas.
El silencio reinaría en la zona de exclusión a no ser por lo que los lugareños bautizaron “la Bestia”. El constante rugido del volcán hace que sea casi imposible hablar, tapa los ladridos de perros abandonados y el murmullo de las aves que revolotean alrededor de un gallinero que ya no existe.
Otro sonido: El de familias sollozantes que son acompañadas por la policía a sus casas, las cuales se vienen abajo. Corrientes de lava han destruido más de 1.000 viviendas.
La ceniza se elevó cientos de metros hacia el cielo, pero las partículas más densas y pesadas vuelven a tierra por la gravedad. Cubren puertas y ventanas, hacen que los techos se hundan. Algunas partículas son tan grandes que cuando caen en el techo de un auto o en un árbol de plátanos, suena como si granizara.
Casas enteras y la vegetación desaparecen debajo de la ceniza, que hace que resulte imposible distinguir lo que hay debajo.
“Ni reconozco mi casa”, expresó Cristina Vera, entre lágrimas. “No reconozco nada alrededor. Ni las casas de los vecinos ni la misma montaña. Todo cambió tanto que ni sé dónde estoy”.
La rápida reubicación de más de 7.000 personas evitó pérdidas humanas. En los cementerios, no obstante, los muertos son enterrados por segunda vez, ahora debajo de la ceniza, que cubrirá todas las lápidas y hará que no se puedan distinguir las tumbas.
En medio de este apocalipsis, no obstante, se producen escenas sublimes. Los colores que aún se distinguen brillan contra un fondo oscuro.
Un pequeño arbusto que se transforma en un globo verde luminoso, una esponja sacada de un arrecife de coral, un orbe de un mundo extraño.