Estados Unidos está a punto de alcanzar un nuevo hito desolador: 800.000 muertes por coronavirus. Es el triste final de un año que comenzó de manera tan prometedora con el arribo de las vacunas, pero finaliza con dolor para las familias que intentan superar esta temporada de fiestas.
Al comenzar el año, la cifra de muertes era de unas 350.000. La ola invernal del coronavirus era tan intensa que había gente en los pasillos de los hospitales a la espera de camas.
Pero la campaña de vacunación apenas comenzaba, y los estadios deportivos y locales de exposiciones se convirtieron rápidamente en centros de vacunación masiva. Las cifras de contagio empezaron a bajar. Para abril, casi todas las escuelas habían reabierto y las poblaciones anulaban la orden de salir con mascarilla. Los presentadores de noticias por TV hablaban alegremente de un mundo postpandemia. El presidente Joe Biden proclamó que el 4 de julio, Día de la Independencia, sería el festejo de una nación libre del virus.
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Poco duró la alegría. La variante delta, que apareció cuando las tasas de vacunación se estancaban en medio de una ola de desinformación, arrasó sectores mal inmunizados del dentro y sur del país. Los hospitales reabrieron morgues temporarias y ofrecieron altos sueldos en un intento desesperado de atraer enfermeras suficientes para ocuparse de los enfermos.
“La gente no tiene idea”, dijo Debbie Eaves, una técnica de laboratorio harta de tanta muerte al recoger muestras de enfermos en el hospital de Oakdale, Luisiana, en medio de la ola. “No, no tiene la menor idea de lo que es mirar, ver todo esto”.
Ahora, al finalizar el año, la variante delta está provocando una nueva ola de hospitalizaciones mientras se aprestan batallas judiciales sobre la obligación de usar la mascarilla y la variante ómicron genera nuevos interrogantes.