Hace poco, en una charla que ofrecí, mencioné las etapas que, generalmente, se atraviesan luego de una pérdida. Me he dado cuenta de que la mayoría de las personas están claras acerca de etapas como la “negación”, el “coraje”, el “dolor” y el “aceptación”. Pero no siempre es así con la “negociación”.
Estamos intentando “negociar” el dolor cuando hablamos con Dios, el poder superior, la energía universal, no importa cómo lo llames, para que te conceda aquello que necesitas en ese momento a cambio de lo que tú le vas a entregar. Un ejemplo sería: “Si sanas a esa persona, te prometo que tendré más fe (o donaré dinero a alguna causa)”. Pero lo cierto es que un verdadero “Dios” de amor no estaría esperando a que “sacrifiquemos” algo para devolvernos lo que hemos perdido.
Cuando terminó la charla, una de las participantes quiso hablarme en privado. Me dijo que lo que había hablado acerca de la negociación le había abierto los ojos. Me contó que tenía un hijo de veintitantos años adicto y deambulante. A pesar de haber entrado y salido de programas de rehabilitación en varias ocasiones, nadie había podido ayudarlo. “Es un duelo diferente,” me explicó. “Cuando muere un hijo, sabes que siempre lo vas a llorar, pero lo aceptas y vives con eso. Yo vivo preguntándome todos los días dónde estará, si habrá comido, si tendrá frío, si estará muerto…”
Fue entonces que me confesó que hace muchos años le “habló” a Dios y le dijo que iba a sacrificar uno de sus grandes placeres, el café, para que le sanara a su hijo. “Llevo años sin tomar café. Pero ahora entiendo que eso no tiene nada que ver con la sanación de mi hijo. Seguiré orando por él, pero hoy me voy a tomar mi cafecito.”
Si quieres renunciar a algo que te gusta para trabajar con tu apego a ello, hazlo. Pero recuerda siempre que esa renuncia es para tu fortalecimiento. Tu felicidad no tiene que ser negociada para complacer a un poder superior porque es tuya por derecho de consciencia.