“Con la boca es un mamey”, decía mi mamá cuando yo trataba de darle un consejo sobre algo que yo no tenía ni una pizca de idea. Esta frase ejemplifica algo que aparentemente es fácil. El Tesoro Lexicográfico de Puerto Rico también lo define “Cuando se habla mucho y no se hace nada” y “Cosa más fácil de decir que de hacer”.
Al inicio de la conferencia de prensa de la Gobernadora el 5 de abril indicó que el único sacrificio que tenía que hacer el pueblo era quedarse en la casa y lavarse las manos. Luego, comenzó a presentar fotos de las filas kilométricas en los supermercados del país y a regañar a la gente que ella considera irresponsable por crear esos focos de pandemia. Nada que ver con las medidas de cierre domingos, la intermitencia de salidas por número de tablilla y otras órdenes que han creado el caos en los comercios de suplido de alimentos.
Desde el análisis del discurso, el Gobierno lo está haciendo todo bien. Las irresponsables somos las personas. En ningún momento la primera mandataria asumió responsabilidad como la persona que dirige el país por la incompetencia del secretario de Salud Rodríguez Mercado, por su protección de Maribel Cabeza, por los almacenes con medicamentos expirados, por la disociación de la ex epidemióloga Deseda, por los millones en pruebas que no servían y por otros escándalos que rodean la respuesta al COVID-19, mucho menos por la ausencia de pruebas. Todo esto, son factores concurrentes que inciden en la respuesta a esta pandemia. La culpa no es del Gobierno para la Gobernadora. La culpa es nuestra. Pues no. La culpa no es nuestra.
Sin duda, el distanciamiento físico es necesario. Pero esa medida es una parte que tiene que ir combinada con pruebas, rastreo y atención de los otros problemas que crea el distanciamiento. Estas otras cosas no dependen de quedarse en casa. Se le dice a la gente que tiene que cubrirse la cara, pero no hay máscaras. La gente debe hacer la compra para una semana, pero mucha gente no tiene el dinero para hacer compras grandes de un cantazo. Se olvida el Gobierno que en este país, según el Censo en 36 municipios más del 50 por ciento de la población vive en pobreza. Se ignora los hallazgos de la Dra. Olga Bernardy sobre cómo el hambre acecha a los 311,397 hogares liderados por mujeres quienes en un 68.8 por ciento indicaron que habían experimentado inseguridad alimentaria.
Quedarse en casa es importante, pero no es una realidad para miles de personas que tienen que comprar día a día por el emprobrecimiento al que han sido condenadas por un sistema que se nutre de la desigualdad. Una sociedad donde unos pocos tienen demasiado y la mayoría tiene muy poco o no tiene nada.
En el 25 por ciento de las casas en Puerto Rico de acuerdo con “Sin Comillas” no hay internet. Por tanto, las alternativas de esparcimiento son muy limitadas. En miles de casas hay mujeres, niñez y personas adultas mayores siendo víctimas de maltrato. En cientos de comunidades muchas de nuestras personas viejas no tienen qué comer y no pueden salir para buscar sus alimentos porque no tiene transportación. Y antes que me hablen dónde están los hijos de esas personas mayores, muchos de ellos no tienen hijos o su familia se ha mudado fuera de Puerto Rico. Quedarse en casa implica para padres y madres tener que cumplir con sus trabajos regulares a distancia, mientras lidian con la cantidad desproporcional de tareas escolares. Inclusive, algunas de esas tareas a distancia que envían de las escuelas exigen actividades que son imposibles en medio de la pandemia. Mis amigas madres y padres con hijos pueden escribir columnas completas de tareas escolares complejas y sin sentido para esta nueva realidad.
Estar en casa para muchas personas ha implicado estar ausente de servicios de salud mental y del despacho adecuado de sus medicamentos. La Organización Mundial de la Salud ha documentado cómo las situaciones de salud mental se exacerban en momentos como los que vivimos añadiendo estresores a las personas. Todo esto, se agrava con el necesario distanciamiento de personas que sirven como redes de apoyo y la necesidad de contacto cercano. Para otras personas el quedarse en casa ha tenido como consecuencia perder sus empleos, cerrar sus negocios, desconectarse de sus familias y personas cercanas. Alejarse de sus redes de apoyo.
Entonces Gobernadora, No. No es cierto que el único esfuerzo es quedarse en casa y lavarse las manos. Su comentario refleja un total distanciamiento y desconocimiento de la realidad que enfrenta la mayoría del país. Y sí, refleja que vive en una burbuja de privilegio donde ignora las necesidades que experimenta el país que usted gobierna y pretende seguir gobernando.
Vivimos en un país donde la “normalidad” nos tiene acostumbrados a instituciones que no funcionan, a corrupción vestida de impunidad. Hemos normalizado a un Estado que usa de excusa su incompetencia para vender los servicios y derechos que tienen que estar garantizados desde lo público a entes privados que convierten en mercancía lo que debe estar disponible para todas las personas. Y para colmo, ese Estado nos tira la culpa de los efectos de su incompetencia y oculta su responsabilidad tras el eslogan de “quédate en casa”. Mientras nos mandan a quedarnos en casa, se invisibiliza la necesidad de la prestación de servicios sociales adaptados a la pandemia.
Y es que cuando nos mandan a quedarnos en casa, desde el Palacio de Santa Catalina, o desde la casa con piscina, o desde las comodidades que pueden darse ciertos sectores, se olvida que para miles de boricuas la casa es el espacio donde se conjugan todas las opresiones. Desde el privilegio es un mamey quedarse en casa. Los que siempre han estado adelante porque nunca han dejado de ostentar el poder que les permite correr se olvidan de los que han dejado atrás. Y es que con los privilegios, como bien postula Mayer-Serra aplica la canción infantil del Pase misí, pase misá: “Los de alante corren mucho y los de atrás se quedarán”.