Cuando un país se encuentra en la encrucijada fiscal, económica y política en la que se encuentra Puerto Rico resulta difícil no ceder a la tentación de analizar todo a través del crisol de los dólares y centavos.
Durante la pasada semana se ha discutido a saciedad el recorte de $300 millones que pretende imponer la Junta de Control Fiscal de Estados Unidos y la administración del gobernador Ricardo Rosselló al presupuesto de la Universidad de Puerto Rico.
La expresidenta de la institución Celeste Freytes, la actual presidenta, Nivia Fernández Hernández, gremios estudiantiles, economistas, profesores y todo a quien le importa el primer centro docente del país han estipulado que un recorte de esa magnitud (casi un tercio de su presupuesto) supondría el cierre de al menos ocho de los 11 recintos de la Universidad.
El gobernador despachó el planteamiento colocando al país en una encrucijada de proporciones apocalípticas: O salvamos la educación o salvamos nuestra salud. No podemos salvar ambas.
Por supuesto, para muchos de nosotros la aseveración demagógica de Rosselló equivale a preguntarnos si queremos morir degollados o de un balazo en la cabeza.
Pero no subestimemos el efecto de sus palabras. Habrá una porción considerable de nuestra población, en su mayoría ciudadanos que genuinamente creen no beneficiarse en nada de los servicios que ofrece la Universidad, que se sentirán desolados ante el panorama y aceptarán el sacrifico de la Universidad en aras de mantener servicios básicos de salud.
Las preguntas que muchos se hacen son: ¿Por qué debemos salvar la Universidad? ¿En qué me beneficio de ella? Si yo voy a una institución privada y pago tanto por mis estudios al punto de tener que tomar préstamos para poder pagarla, ¿Por qué ellos no pueden hacer lo mismo?
Los cuestionamientos son válidos, nunca discutimos los beneficios que aporta la Universidad de Puerto Rico a la vida de cada puertorriqueño (a).
Mire a su alrededor: Si hoy tenemos luz y agua en nuestros hogares; carreteras y escuelas; periodistas que nos informan cada mañana, maestros que educan a sus hijos, profesores de universidades privadas que le educaron, abogadas, contables y demás profesionales. Todo comenzó y germinó en la Universidad de Puerto Rico.
Hoy existimos como sociedad, porque hemos tenido a la Universidad de Puerto Rico a nuestra disposición. Ella contiene el reflejo de lo que hemos logrado y la viva imagen de lo que somos.
Ante las limitaciones que supone el coloniaje a nuestra capacidad económica y política ella ha sido, es y será el proyecto de país más ambicioso, abarcador y exitoso de nuestra historia. Es el espacio en el que los puertorriqueños nos hemos demostrado que todo lo que necesitábamos para florecer era una verdadera oportunidad.
Para los que venimos de situaciones de vida de exclusión, marginación y pobreza esa institución ha representado la vía de superación más sublime que hayamos experimentado. Muchos seres que vivían perdidos en el mundo, se encontraron a sí mismos entre los pasillos de sus recintos, hallaron su razón de ser y hoy aportan al país desde la plenitud que descubrieron en la Universidad de Puerto Rico.
Y es que la educación es la herramienta de redención, liberación y abundancia para el alma, la razón y el espíritu de los pueblos. Es por eso que se reconoce a través del mundo como un derecho que no debe estar sujeto al mercado ni a la posibilidad que tengamos o no de pagarla.
Aún cuando usted no haya podido estudiar en la universidad del pueblo luche para que sus hijos tengan la oportunidad de hacerlo sin tener que hipotecar su futuro.
Nada de esto pone en entredicho la necesidad de reestructurar nuestra universidad. Nadie está en contra de limpiarla de las sabandijas que la han corrompido; secuestrado para lucrarse y aprovecharse de nuestro sueño hecho realidad. Nadie cuestiona la necesidad de hacerla más transparente, accesible, eficiente. Pero no nos confundamos. La Universidad de Puerto Rico hay que transformarla no desmantelarla.
Esa institución que hemos construido cada uno de nosotros con el sudor de nuestro trabajo sigue representando hoy la oportunidad que tenemos de salvarnos a nosotros mismos y desarrollarnos a plenitud. Por eso esta semana miles marchamos para repudiar vehementemente el plan destructivo de la Junta de Control Fiscal de Estados Unidos y la administración Rosselló.
Nuestra contestación tiene que ser clara y concisa: ni la educación, ni la salud, ni el sustento de nuestros viejos, ni la integridad de nuestro ambiente, ni los derechos de nuestras futuras generaciones son negociables. Sabemos que embestirán con fuerza, pero nosotros resistiremos, insistiremos y al final, venceremos.