“Qué Qué”

Niños sin filtro

Suelen decir que los niños siempre dicen lo que piensan. Ese filtro entre el cerebro y la boca como que no existe en la edad temprana. Bueno, conozco muchos adultos sin filtro, pero esos ya son incorregibles, lo hacen a propósito o simplemente no les importa. Otros van a psicólogos.

Yo recuerdo muchísimas cosas de mi niñez, pero por alguna razón no logro llegar a esa característica específica y, para variar, mami no me contesta el teléfono para preguntarle; así que me quedaré sin saber. Y, como no recuerdo, casi me atrevo a apostar que algo de filtro tenía porque, si no, al menos me hubiera acordado de un regaño o de un pellizconcito de esos sabrosos que solo ella solía hacerme con tanta discreción pública. Y yo ni hablar de que me quejara; así que todo parece indicar que algo de conciencia entre cerebro y boca tenía.

Entonces pienso en mi hijo que parecería tener cero sensores cerebrales en esta área que, en su defensa, me hacen reír, no pellizcarlo. Hago la salvedad de que no soy psicóloga porque algunos lectores tienen a tomarse esta columna con un artículo periodístico e informativo cuando no lo es. Es mi opinión, y no tiene que estar fundamentada en estudios científicos de Harvard, sino en mi experiencia y en la de muchos que se reflejan en ella.

El sábado pasado iba para una actividad y cuando llegamos abrí la cartera para repasarme un poco el maquillaje. Mi hijo me preguntó así sin más: “Mami, ¿tú te consideras bonita?”. Y yo: “Ehhh, ehhhh. No sé, Manu, dime tú”. “Pues mitad y mitad”, me contestó. Pues muerta quedé. Y a la vez me dio una pavera de esas incontrolables. Porque, pues, ¿qué culpa tiene el niño de ser honesto?

Me ha dicho cosas peores, que tampoco me ofenden. Quizás estoy mal, pero hasta risa me dan. Lo he visto mirarme fijamente en las mañanas mientras cojo la llave para irme como queriendo decirme algo, y, cuando le pregunto, me dice cosas como: “No, nada, mami, pensando que esos zapatos están feos”. O “Mami, ¿estaba cerrado el beauty?”. O “Mami, ¿este carro… hasta cuándo lo piensas tener?”. Un día, saliendo del canal, me dijo: “¡Por fin!”. Y yo: “¿Por fin qué?”. “No, nada, mami, que hoy sí te ves bien”. O sea que ayer quién sabe. Eso para mí se cataloga como bullying a la inversa. Pero yo me río. ¡Es un niño!

También me ha dicho cosas que me dejan fría, porque me las dice de la nada, pero también con un propósito. “Mamá, ¿me prestas tu teléfono”. Y al rato me doy cuenta de que estaba en Google buscando “hogar de niñas para adopción”. Ya ahí, pues, el corazón se me arruga y me hace llorar.

Las preferidas son cuando se mete en líos, así, gratis y sin darse cuenta. “Hijo, ¿explícame qué es eso de que te dieron un warning?”. “¿Por cuál empiezo, mami? ¿El de inglés o español?”. Y ahí me voy convirtiendo en Hulk versión femenina.

Ya delante de la gente se me hace más difícil porque no necesariamente todo el mundo reacciona bien a la sinceridad. Un día, por ejemplo, le dijo a una amiga mía, con dulzura y con ese tonito de amistad suyo, así: “Tienes un revolú en esa boca”. Y yo me iba cayendo en pedacitos como si fuera un iceberg. Me pesaba el alma, la vida. Sentía un peñón de hierro en la cabeza. Suerte a Dios que mi amiga es de las que se ríe de ella misma.

Mi querido hijo es una caja de sorpresas. Te saca las mejores ocurrencias en los mejores momentos. Son comentarios llenos de lógica y de sinceridad. Da risa, te pasma, te enternece. Como cuando le dijo a un doctor que le sacaba los puntos después de una cirugía tras un accidente: “No pasa nada. Ese fue el día más especial de mi vida”. Y el médico lo miró como si fuera extraterreste. “Sí, ese día todo el mundo me quiso”.  Ajá. Dirían en mi barrio: “Chúpate esa en lo que te mondo la otra”. Quizás todos debemos quitarnos los filtros.  #PrimerizaYQué.

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