La realidad nos ha golpeado en la cara.
El lunes el colega Benjamín Torres Gotay publicaba una historia que dejó retratada una realidad que hace mucho nos viene tocando a la puerta. Un número demasiado alto de nuestros viejos vive en absoluta soledad. Como prueba, las estadísticas del Instituto de Ciencias Forenses. El pasado año 198 de los 385 cadáveres no reclamados en la agencia fueron de personas mayores de 65 años. De personas que murieron en absoluta soledad y a quienes, tras su fallecimeinto, nadie echo en falta. Absolutamente nadie sintió la necesidad de despedirles y honrar sus vidas.
El hecho sirve para resaltar la gravedad de los números que desde varios medios de comunicación se han presentado al país para apuntar en la dirección del grave problema de abandono que viven muchos de nuestros adultos mayores.
Recuerdo que el pasado 7 de enero presentaba en Telenoticias un reportaje en el que portavoces de la Asociación de Hospitales me confirmaban que justo ese día, solo en el Centro Médico de Río Piedras, veinte de nuestros viejos permanecían abandonados y sin reclamar luego de haber sido dados de alta. De hecho, la misma organización establecía que en la isla, todos los meses, hay cerca de 50 pacientes con las mismas características que son abandonados en los hospitales por familiares y cuidadores que se desentienden de ellos y sus necesidades. Están absolutamente solos.
“A veces nos los han dejado aquí en la puerta de la sala de emergencias. Lamentablemente hemos tenido personas que mueren y sus hijos no los han reclamado. Muchos (de los que los abandonan) son profesionales. Tenemos de todo” me dijo en esa ocasión María Dolores Jorge, una de las encargadas de trabajar con los pacientes en el complejo hospitalario.
Además de los efectos sobre las vidas de estas personas, el abandono tiene un enorme impacto económico. Para los hospitales, el costo se estima en unos $20 millones anuales según cifras provistas por la Asociación. Para el Estado, el costo ha provocado que la exsecretaria del Departamento de la Familia, Ciení Rodríguez, estimara en $70 millones el dinero adicional que necesitará el Gobierno en el nuevo presupuesto solo para atender el asunto. Una necesidad que se identifica en momentos en los que se anticipan recortes en fondos federales y en los que ya se ha adelantado que, de entrada, no existen programas para atender esa necesidad puesto que la realidad demográfica de los Estados Unidos es distinta la de la isla.El problema es complejo. Así, en la superficie, podría parecer que el asunto se despacha con decir que “se han perdido los valores y los hijos ya no quieren cuidar e sus viejos”. Con toda probabilidad algo de eso habrá. Pero si hemos venido escuchando con detenimiento a demógrafos y otros científicos sociales, nuestro presente es el efecto de un caldo de cultivo que se viene cocinando hace años. ¿Los ingredientes? En primer lugar, una baja natalidad. O lo que es lo mismo, no nace suficiente gente como para mantener las vidas como al conocemos. Menos jóvenes para trabajar. Menos personas para atender a la población mayor. Menos amas de llaves y cuidadores.
En segundo lugar, la enorme migración que ha vivido la isla y que se ha exacerbado desde el paso del huracán María. Como consecuencia, cientos de familias viven divididas. Los padres permanecen en Puerto Rico, mientras sus hijos tuvieron que emigrar para conseguir empleo, en ocasiones dejando a los suyos sin una red de apoyo y -por otro lado- sin grandes recursos económicos como para sustentarse y sustentar a los que quedan atrás.Para las propuestas de índole demográfico estamos tarde. Al menos para atender nuestro presente. Para eso habría que haber escuchado las banderas que se levantaron hace 15 ó 20 años. Para lo demás se han propuesto algunas cosas como legislación para obligar a los hijos a hacerse cargo de sus padres. Dudo que esa sea la respuesta definitiva, aunque en la práctica ayude. Aunque sea desde el miedo a pagar y no desde el miedo a dejarlos desamparados. Peor, en cualquier caso, urge atender el asunto. Quizá el primer paso es una mirada honesta al espejo.
Identificar qué nos ha traído aquí y estar dispuestos a explorar opciones que puedan ayudarnos a salir de este presente complicado. Y ello requiere no solo voluntad sino sentido de urgencia. El mismo que ha faltado para atender la mayoría de nuestros problemas sistémicos. ¿Por qué será esta vocación a actuar de crisis en crisis? Esa manía de actuar solo cuando se enciende el botón del pánico. Esa vocación por el descuido y la falta de planificación. Otra vez, llegó el lobo. Otro. Y una vez más nos anda mordisqueando.