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El cierre de las escuelas

Esta semana ha estado en discusión el anunciado cierre de 179 escuelas públicas. Esta es una noticia trágica por varias razones, comenzando por las que se dan desde el propio Departamento de Educación para ejecutar el plan.

Se esboza que hay que buscar ahorros. Es triste ver que es la educación una de las áreas donde primero se mira para lograr economías ante la crisis fiscal en la que nos encontramos. Lo vemos ahora con este anuncio y lo hemos estado debatiendo en lo que tiene que ver con la Universidad de Puerto. Los países en crisis y con el norte bien identificado hacen todo lo contrario.

Claro, en esta coyuntura se señala desde el Gobierno que no se afectarán los servicios educativos. Por el contrario, que se reforzarán con la unificación de esfuerzos en las zonas escolares. Las razones principales que da el Estado para los cierres son la baja en la matrícula y las deterioradas condiciones físicas de las escuelas. Ambos criterios representan otra tragedia. Por un lado, se nos sigue exponiendo la emigración como la opción de muchas familias para escapar de la crisis y, por el otro lado, nos pone en relieve la incapacidad del Gobierno en haber atendido con eficiencia, por décadas, las instalaciones escolares a pesar de la gran cantidad de dinero que se ha destinado para ello. Obviamente, los recursos fueron redirigidos para cosas menos importantes.

La secretaria Keleher ha proyectado esta semana que está poniendo en vigor un plan que ha sido ponderado a tal punto que la propia Asociación de Maestros no ha mostrado enormes reparos al anuncio.  De hecho, algunos directores escolares cooperaron en este proceso y, al parecer, muchas escuelas que enfrentarán cierres sí tuvieron la oportunidad de presentar contrapropuestas y no lo hicieron. Para otras, el cierre parece ser inevitable.

Como es de esperarse, algunos cierres han provocado disgusto y hasta protestas.  Algunos objetores tendrán razón en que la decisión fue arbitraria e injusta.

Pero sobre las protestas que hemos visto quiero llamar la atención.

En estos días he visto imágenes de niños llorando, hablando ante las cámaras de televisión ante el cierre de sus escuelas. Como padre de dos niños pequeños, me molesta que adultos induzcan a sus hijos a una ansiedad innecesaria.  Los niños lloran y dicen que lo hacen porque serán separados de sus amigos y maestros, cuando la representación que ha hecho el Gobierno es que serán movidos en grupos a escuelas receptoras. Los padres están poniendo a sus niños a protestar para manifestar un apego a una estructura que muchos saben que no da para más.

Mi llamado aquí es a que los padres y maestros enfrenten el anuncio del Departamento de Educación como adultos, objetando, si fuera el caso, haciendo contrapropuestas sostenibles. Pero, por favor, no sometan a sus niños a un desespero injustificado. Procuremos, más allá del apego a la estructura física, que el resultado de todo este proceso redunde en un beneficio para los niños, en lo que tiene que ver únicamente con su formación intelectual.

Que los adultos atiendan estos asuntos como lo que son y que todo sea invisible para los niños, para que se preocupen en lo que se tienen que preocupar: sus estudios y su crecimiento como ciudadanos de bien.

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