En medio de los edificios en ruinas de Raqa, exbastión yihadista situado en el norte de Siria, dos Santa Claus hacen sonar sus campanillas sonriendo a niños maravillados.
Vestidos con sus tradicionales trajes rojos, barbas blancas y sacos negros llenos de regalos a la espalda, el martes recorrieron esta ciudad, devastada por cuatro meses de combates entre los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) y los combatientes de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una alianza kurdo-árabe apoyada por Washington.
Las decenas de habitantes que siguen a los Papás Noel no pueden creerse lo que tienen ante sus ojos: en la ciudad no se ha visto una escena tal desde la llegada de la guerra, en 2013, y era algo completamente inimaginable bajo el control del EI, entre 2014 y octubre de 2017.
La inesperada procesión avanza lentamente por las calles llenas de escombros y chatarra, antes de hacer una pausa en la iglesia armenia católica de los Mártires, en el centro de lo que un día fue la “capital” del EI en Siria.
Los Santa Claus agitan con brío sus campanillas y distribuyen pequeños autos y muñecas a las pocas familias presentes en el acontecimiento.
En la iglesia de los Mártires, que en realidad ya no es más que una carcasa de cemento medio derruida, decenas de curiosos, principalmente pobladores musulmanes, asisten a la “celebración de Navidad” organizada por las FDS, quienes expulsaron a los yihadistas del EI de la ciudad.
“Orgullo y alegría”
No hay ni cura ni feligreses, con excepción de los combatientes cristianos de las Fuerzas Democráticas.
Unos altoparlantes emiten cánticos religiosos mientras se instala una gran cruz de madera en medio de los escombros, cerca de un abeto decorado con bolas rojas.
“Al rezar en esta iglesia, sentimos orgullo y alegría. Todos nuestros sacrificios no fueron en vano”, añade el joven combatiente, de 24 años.
Los yihadistas del grupo EI se fueron, pero Raqa sigue casi vacía de habitantes. Las casas están devastadas y las minas escondidas por los yihadistas siguen abatiendo a los civiles.
Los cristianos, que representaban el 1% de los 300.000 habitantes de la ciudad, huyeron inmediatamente para no verse obligados a convertirse al islam, pagar un alto impuesto o vivir bajo la amenaza permanente de ser ejecutados por el EI.
“Hoy estamos felices, participamos en las celebraciones en la iglesia”, se alegra Hayer al Ahmad, con el rostro rodeado por un pañuelo marrón y acompañada por tres amigas.
“El EI prohibía estas festividades y acusaba a los cristianos de ser apóstatas”, añade la joven.
Antes del inicio de la guerra en Siria, en 2011, los miles de armenios y cristianos siríacos que vivían en Raqa podían rezar y celebrar sus fiestas libremente.
Sangre y luz
“Hoy Raqa recuperó su libertad, recuperó sus colores. Todo el mundo puede regresar, con su cultura y con su religión”, dice con orgullo Shafkar Himo, un comandante de las FDS.
Ese era el lugar en el que los yihadistas llevaban a cabo decapitaciones, entre otras atrocidades, cuando controlaban la ciudad. Tanto era así, que empezó a llamarse al lugar “rotonda del infierno”.
Pero donde antes plantaban las cabezas de sus víctimas los yihadistas, ahora se alinean caballetes y lienzos.
Pintores y combatientes de las FDS contemplan sus cuadros y aportan el toque final a sus obras, que representan cárceles y retratos, como un Papá Noel sobre fondo negro.
“Nuestro mensaje es ’No a la guerra, sí a la vida'”, dice con entusiasmo el pintor Farhad Jalil, de 47 años, con una gorra sobre la cabeza y una bufanda verde alrededor del cuello ante su lienzo cubierto de negro, rojo y amarillo.
“Queremos construir. Queremos colores más lindos que la destrucción en este país”, reclama con tono lírico.
“Mi cuadro tiene que ver con Raqa. Hay sangre, pero también hay luz”, sentencia.